Este malestar es experimentado por muchas personas tras pasar largos períodos frente a la pantalla, un tema que ha sido objeto de investigación por un grupo de científicos que ha analizado cómo las videollamadas afectan nuestra percepción de la imagen personal y nuestra bienestar psicológico.
El estudio, realizado con más de 2.400 participantes, se publicó el 5 de febrero en la revista PLOS One.
El equipo de investigación reunió a 2.448 trabajadores estadounidenses de diversas áreas profesionales, desde campos técnicos hasta científicos, todos con un común denominador: trabajaban a distancia, al menos ocasionalmente, y participaban regularmente enreuniones virtuales.
A través de una encuesta detallada, los científicos quisieron comprender cómo los participantes se sentían respecto a su apariencia en cámara y cómo ciertos comportamientos relacionados con la "gestión de la impresión", como el uso de filtros o retoques de video, influían en su experiencia.
Una de las principales conclusiones del estudio fue que aquellos que se sentían más insatisfechos con su aspecto facial mostraban niveles elevados de fatiga en las reuniones virtuales. Además, esta insatisfacción impulsaba a los participantes a hacer más uso de las herramientas de modificación de su imagen, como el empleo de filtros o el retoque de su imagen en las plataformas de videollamadas. Este fenómeno no solo refleja el malestar con la imagen personal, sino que también aumenta la carga emocional y mental asociada a las videoconferencias.
Los investigadores sugieren que esta insatisfacción con la apariencia no es algo necesariamente nuevo, sino que podría haberse exacerbado por el tiempo prolongado frente a las pantallas. "El tiempo excesivo frente a la pantalla, combinado con las redes sociales y la tendencia a mejorar las fotos antes de publicarlas, ha estado asociado durante mucho tiempo con una percepción negativa de la apariencia personal", explican. Además, las interacciones virtuales podrían intensificar estos sentimientos, ya que, al no poder evadir la autoevaluación visual constante, los participantes se enfrentan a una crítica más intensa de sí mismos.
Otro hallazgo relevante del estudio es que la fatiga derivada de esta insatisfacción con la imagen facial se correlaciona con percepciones negativas de las reuniones virtuales. Los encuestados que experimentaban mayor malestar con su imagen eran también los que consideraban estas reuniones como menos útiles, lo que afectaba su disposición hacia el uso de videoconferencias en el futuro.
A lo largo de la investigación, los científicos también destacaron un aspecto fundamental: las experiencias negativas relacionadas con las videollamadas no solo alteran la interacción laboral y la productividad, sino que pueden crear barreras psicológicas para adoptar tecnologías de movilidad virtual de manera generalizada. Esta resistencia podría contribuir, según los autores, a una creciente desigualdad tecnológica en los ambientes de trabajo, en donde algunos empleados pueden sentirse excluidos o menos cómodos con las herramientas tecnológicas disponibles.
En conclusión, este estudio pone de manifiesto la necesidad de reconsiderar cómo las videoconferencias impactan nuestro bienestar emocional. Si bien la tecnología ha sido clave en la adaptación laboral a la nueva normalidad, el efecto de las reuniones virtuales en nuestra autoimagen y la fatiga psicológica generada por ellas merece ser tomado en cuenta para mejorar la experiencia digital de los trabajadores y mitigar la desigualdad que podría surgir en torno a su uso.