
Las personas reprimen sus emociones por diversas razones, muchas de ellas relacionadas con la cultura, la educación y la psicología individual.
Según la psicología, las personas suelen reprimir lo que perciben como emociones negativas para evitar la angustia. Pero la supresión emocional continua requiere esfuerzo y, con el tiempo, este esfuerzo puede pasar factura. El esfuerzo aumenta la actividad del sistema nervioso simpático, lo que puede tener consecuencias nocivas.
Existen investigaciones que demuestran que reprimir las emociones puede hacer que las personas se vuelvan más agresivas. Los estudios también demuestran que la supresión esforzada de las emociones negativas tiene consecuencias inmediatas y retardadas en la reactividad cardiovascular inducida por el estrés.
La psicóloga Nina Garza, señala en sus redes sociales que: "Entre más trata de reprimir los sentimientos, más le confirmas al cuerpo que estás en peligro. Activando el sistema interno de alerta, si seguimos reprimiendo emociones negativas, resurgirán de manera más negativa. Para esto, debemos hacer un cambio de chip. Existen técnicas como la de reconocer, validar y permitir, las cuales llevan a reconocer y ponerle nombre a tus sentimientos . Válida lo que estás sintiendo, haz una pequeña historia para validar".
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La supresión o control de las emociones es una práctica común en la vida cotidiana y, en muchos casos, resulta necesaria para afrontar ciertas situaciones. Por ejemplo, en el entorno laboral, se espera que las personas mantengan la compostura y no expresen abiertamente su tristeza.
La sociedad moderna impone normas que llevan a contener las emociones. A menudo, las personas ocultan lo que sienten para poder desempeñarnos eficazmente en el trabajo o para sobrellevar dinámicas familiares complejas. En los espacios públicos, se valora la conducta respetuosa, y manifestaciones como gritar por enojo suelen ser mal vistas. Muchas personas carecen de las herramientas o la confianza necesarias para expresar su ira de manera saludable.