“Si a usted se le ha ocurrido visitar un cine con el único propósito de ver, no la película que pasa por la pantalla, sino todo aquello que sucede alrededor, en la oscuridad de la sala, podemos asegurarle que se habrá divertido mucho más que si hubiera puesto toda su atención en el desarrollo de la cinta.” Con esta afirmación Guillermo Cano introdujo su crónica bajo el hecho de asistir a los cinemas bogotanos en los años cuarenta.
El escritor argumentó que para la época este era el lugar favorito para que las parejas de novios se encontraran los fines de semana, quizás no tanto por el hecho de apreciar una película, sino por la expectativa e incertidumbre que generaba poder hacer lo que se quisiera sin ser vistos, por motivo de la oscuridad de las salas para esos años en Bogotá.
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Ningún detalle en el análisis de este hecho se escapó para Guillermo Cano, quien manifestó en su crónica lo particular que era para esa época situarse al frente de la entrada de los cinemas a observar las interacciones de las personas en la compra y venta de los tiquetes de ingreso.
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El cronista recuerda en su escrito como tradicionalmente para esos años, los personajes bohemios solían situarse en las últimas filas del cinema a fumar, acción que en algunos casos incomodaba a los demás asistentes.
Bajo las letras de Cano, este resaltó las diferentes personalidades y personajes que acudían a las salas de cine. “Escoja a la entrada del teatro a dos solteronas. Estas le harán pasar el rato más agradable de su vida”, manifestó Cano.
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Para Cano, las solteronas, al contrario de lo común acudían a estos sitios para echar ‘chisme’, e imponer su condición sin importar que les dijieran.
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Otro de los grupos recurrentes al lugar eran los grupos de jóvenes. “Juntos se sentarán en la mitad o en las ocho primeras filas. Mirarán descaradamente a las muchachas jóvenes que estén cerca de ellos. Echarán piropos a la que les queda al lado. Dirán frescuras a la de adelante: comentarán la película, y muchas veces exclamarán: -¡¡ Que <<lapo>> de mujer esa de la película!!", argumentó Cano en su crónica.
Finalmente, en su escrito resaltó también la personalidad del “miope”, que pasaría a ser el típico aficionado al cine, que solía hacerse en las primeras filas de la sala y reaccionaba acorde a lo que proyectara la imagen en pantalla, por lo general siempre acudía solo y no solía hablar con nadie.
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