En el sur de Madagascar, asolado por la sequía, la arcilla blanca está ayudando desde hace meses a la población a hacer frente a la hambruna.
"La llamamos tierra de supervivencia porque permite filtrar en la boca el sabor ácido del tamarindo, que nos sirve para engañar el hambre", dice a la AFP Doday Fandilava Noelisona, un agricultor de 35 años de la aldea de Fenoaivo.
"Ahora ya no es el momento de buscar comida para vivir, sino medios para llenar una barriga vacía para sobrevivir", dice este padre de seis hijos frente a sus vecinos, después de más de un año sin lluvia.
El principal alimento de esta región árida es el fruto del cactus.
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Las aldeas están rodeadas de hileras de plantas suculentas verdes, que sirven a la vez de cercas y de despensa de alimentos.
Pero incluso los cactus sufren ahora de falta de agua y ya no dan frutos. Su piel marchita, algo que no se ve casi nunca, es la muestra de la extrema dificultad de la situación.
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En esta aldea, el mayor temor es una sequía como la que mató a cientos de personas en la década de 1990.
"Llamamos a esa época la era los esqueletos dispersos, porque los vimos por todas partes, en las carreteras. La gente no tenía fuerza para enterrar los restos de sus hermanos y hermanas", recuerda Avianay Idamy, de 42 años, padre de nueve hijos.
"Para que esta desgracia no nos suceda a mí y a mi familia, hago carbón y corto leña y la vendo para comprar comida", explica.
"También he invertido mis ahorros en la cría de animales, una reserva que venderemos si la necesitamos, pero los bandidos nos quitaron todo este año también, incluso nuestros utensilios de cocina", añade.
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Avianay Idamy vende su carbón a 30 centavos la bolsa, lo que permite a su familia comer yuca una vez al día. Igual que sus vecinos come arcilla y tamarindo. Y para encontrar la fuerza para trabajar, se prepara una infusión energética de corteza de árbol.
En septiembre, nueve personas murieron de hambre oficialmente en Ankilomarovahetsy, a unos 10 km de distancia.
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"Ocho hijos y una madre", dice Rafanampy, que no tiene apellido y que a sus 65 años es el hombre más viejo de la aldea.
Samba Vaha, de 26 años, perdió a su hijo de un año, Manovondahy. "Mi hijo murió después de dos días de enfermedad, no pude llevarlo a ver a un médico", contó.
Los niños son las primeras víctimas, ya que no toleran la arcilla mezclada con el tamarindo, "lo que provoca hinchazón de estómago", explica Théodore Mbainaissem, jefe local del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
La mitad de la población del sur del país, unos 1,5 millones de personas, necesitan actualmente ayuda alimentaria de emergencia, según el PMA, lo que requeriría 31 millones de euros (37 millones de dólares) urgentemente.
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A pocos kilómetros de distancia, la ONG Acción contra el Hambre (ACF), en coordinación con el PMA, se estableció en Beraketa.
"Aquí la desnutrición infantil es cíclica. Este año la brecha comenzó antes", en octubre en lugar de enero, señala Annick Rakotoanosy, resposnable de nutrición de ACF, en referencia al período que va entre el final de las reservas de la cosecha anterior y las nuevas cosechas.
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Cada semana reciben tratamiento aquí unos 50 niños gravemente desnutridos –con barrigas hinchadas y piernas delgadas– y otros 100 niños enfermos.
Corren el riesgo de morir, "sobre todo si la malnutrición va acompañada de complicaciones como la diarrea, infecciones respiratorias o paludismo", dice Rakotoanosy.
La sequía se vio agravada por el cambio climático. "En algunos lugares hace tres años que no llueve, dos en otros", dice el funcionario del PMA.
Además, la inseguridad y los robos de ganado están agravando la miseria y complicando las intervenciones humanitarias.
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El gobierno desplegó al ejército para distribuir alimentos y primeros auxilios y el propio presidente de Madagascar, Andry Rajoelina, estuvo octubre con su esposa y su hijo mayor distribuyendo raciones en las aldeas.