Jaime Saade volvió a Barranquilla con un paso ausente. Desde su abordaje en Bogotá solo hubo silencio de su parte: respondió preguntas con el movimiento de su cabeza con una mirada inexpresiva y distante. Ni dolor ni rabia mostró frente a sus custodios. Fue respetuoso, acató cada orden y mantuvo sus hombros erguidos, pero cuando lo dejaron solo en su celda, sin cámaras ni luces, el nudo de su garganta se soltó.
Desde la celda aislada que le asignaron en la penitenciaría El Bosque resonó un llanto. Nadie le conocía la voz a Jaime, por lo que aquel sollozo fue lo primero que le escucharon. Sus lágrimas aparecieron en la oscuridad de un reducido espacio al que hace un tiempo se le dañó la corriente eléctrica. Ni siquiera había una silla, solo una vieja colchoneta sobre la que quién sabe cuántos más habrán llorado.
Fue entonces cuando despertó el hombre ausente que viajó esposado durante 12 horas desde Brasil hasta Barranquilla . Su mirada se topó de frente con las rejas oxidadas que hace 26 años lo esperaban: un encuentro por el que un padre luchó sin descanso en nombre de su fallecida Nancy.
Encuentro familiar
Sobre la familia deJaime Saade
en Barranquilla es poco lo que se conoce, teniendo en cuenta que su vida familiar tiene orígenes en Aracataca, Magdalena.
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Sin embargo, se conoció que en las instalaciones de la Sijín de la capital del Atlántico fue visitado por un primo llamado Jorge, quien le llevó algunos alimentos y logró conversar algo con él.
De ahí fue enviado a una celda de recepción de la penitenciaría El Bosque, la cual solo ocupará por unos días, mientras lo ubican en una celda en la que deberá cumplir con su condena.