
En su reflexión, el pastor Andrés Corson nos confronta con una realidad dolorosa pero común: sentirse solo en la iglesia. Aunque este debería ser un lugar de amor, comunión y acogida, muchas veces se convierte en espacio de juicio y desilusión. Corson recuerda que la iglesia no es un museo de santos, sino un taller de reparación espiritual. Jesús mismo vivió traición y abandono por parte de sus más cercanos.
Cuando nos sentimos solos, corremos el riesgo de caer en la autocompasión, el escapismo y la murmuración, lo que nos aleja de la verdadera comunión. Como los israelitas en el desierto, podemos olvidar las bendiciones de Dios y anhelar lo que esclavizaba. Esta reflexión nos invita a dejar de mirar el "ombligo", a valorar el "maná diario", y a ver la iglesia como un lugar imperfecto pero necesario, donde Dios sigue obrando, moldeándonos como el alfarero a su vasija.
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