La única mascota que he tenido en mi vida se llamaba Tyson. Era un perro con dificultades en sus patas traseras, por lo cual nadie quería tenerlo, mientras que sus hermanos sí fueron adoptados rápidamente. Por eso decidí hacerlo mi compañero y que viviera con nosotros en la casa materna. Estuvo conmigo en días de escritura de textos, en los que uno requiere sentirse acompañado, pero no interrumpido. Su muerte me dolió mucho y tal vez por eso no quise tener más mascotas.
Como era un Bóxer, algunas personas sugerían que le cortáramos la cola y las orejas, a lo cual nos negamos siempre en la familia, porque no entendíamos la razón para hacerlo. Todos decían que se trataba de estética, que se vería más bonito. Eso siempre me pareció un disparate, pero no es extraño en una sociedad que ha exaltado modelos de belleza por encima de todos los demás argumentos y que manifiesta constantemente un gran vacío ético, o por lo menos, una distorsión de los principios.
Por eso, celebré la noticia de ayer en la que se nos aclaraba que en Colombia no se puede mutilar a los animales por razones estéticas, ya que ellos no son cosas que se encuentran a disposición de los humanos, sino que son seres sintientes que merecen que nosotros luchemos por evitar su sufrimiento.
Recordemos que en el estatuto nacional de protección de los animales (ley 84 de 1989 art. 6) se permitía. La procuraduría solicitó declarar inexequible esa parte de la ley, por perseguir un objetivo contrario a la obligación de especial protección contemplada en la constitución.
La buena condición humana no sólo se manifiesta en el buen trato con las otras personas, sino en el cuidado y la protección de los animales. Quien maltrata un animal por placer y capricho es mala persona, así tenga los mejore títulos académicos y pose de ser bondadoso. Es hora de que comprendemos que no somos el centro del planeta, que formamos parte de un sistema y que nos cuidamos a nosotros cuando lo hacemos también con los demás seres de esta casa común.