La vida es un acto inacabado. Somos un proyecto en realización. No está predeterminada ni cumplimos un sino al estilo de Sísifo. La vamos construyendo desde las decisiones que tomamos a diario en medio de las relaciones y los trabajos concretos que asumimos. Lo cual implica que seamos conscientes del sentido que le estamos dando, hacia donde la estamos llevando y cómo la estamos haciendo. Ya que ella es fruto de nuestra libertad y por lo mismo es nuestra responsabilidad. Tenemos que asumir las consecuencias de lo que decidimos y hacemos.
En este contexto creo que es fundamental aprender a hacer una evaluación constante de la manera cómo estamos realizando nuestra vida. Encontrar cualquier pretexto para detenernos y analizar la calidad de nuestras decisiones, la orientación que van generando, si estamos alineados a los objetivos que tenemos, si estamos satisfechos con la manera como estamos en cada una de las dimensiones de nuestra vida.
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Seguro siempre hay espacios para que los otros nos evalúen. Ellos constantemente compararan el ideal que tiene de nuestros trabajos y la realidad que los hechos muestran. Y lo hacen desde sus intereses particulares. Lo cual hace necesario que también nosotros hagamos procesos de autoevaluación. Para poder ser conscientes de las debilidades y fortalezas que en nuestro interior estamos viviendo, así como encontremos las amenazas y oportunidades que el contexto nos brinda. Hay que evitar errores muy típicos en las autoevaluaciones: la auto-condescendencia que hace justificar toda falla, la soberbia que no permite estar en la realidad y genera ese hálito de super humanos perfectos que en nada fallan y que si encuentran una falla nunca es su responsabilidad, también la dureza de creer que nada se hace bien y caer en un perfeccionismo que sólo muestra algunos sentimientos de inferioridad.
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Quien quiera ser dueño de su vida tiene que saberse evaluar constantemente.
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