Me gustan los libros. Disfruto leyendo, sintiendo la sensación de las paginas, el olor que despliegan y las preguntas, reflexiones y aprendizajes que me ocasionan. Me molestan las personas que se quedan con los que se les prestan, tanto que una de mis decisiones ha sido no prestar ninguno, prefiero regalarlos.
Por eso, me divertí leyendo un artículo periodístico de una biblioteca pública de Vancouver, Canadá, en la que los empleados, revisando las devoluciones de los libros prestados, se encontraron con una nota que decía: “Muchas disculpas por el ligero retraso. 51 años, pero en muy buen estado. Gracias” se refería al ejemplar del libro ‘El Telescopio’, del escritor Harry Edward Nea.
La situación fue compartida en las redes y recibió muchos comentarios simpáticos, pero la verdad, para mí fue ocasión de varias reflexiones:
1. La necesidad de leer más. En Colombia leemos poco; se habla de 2.7 libros por persona al año. Lo cual es muy poco si lo comparamos con los 12 que se leen los españoles en promedio y los 7 que se leen los argentinos. Según Emily Temple, basándose en los datos del centro Pew, dice que los tres perfiles de lectores son: el medio, que lee 12 libros anuales; el voraz, que lee 50; y el superlector, que puede llegar a leer hasta 80.
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2. Ser honestos, siempre hay que respetar lo ajeno. Eso que se ha vuelto una broma de no devolver los libros, expresa la manera como se alcanza a despreciar el valor de la honestidad. El discurso que hacemos sobre él, debe estar acompañado del ejemplo de vida.
Los que son padres de hijos pequeños y adolescentes, ojalá contribuyan a que sus hijos adquieran el hábito de la lectura, eso les abrirá la mente y les posibilitará comprensiones realmente gratificantes para sus vidas; claro que ya hoy está de moda leer en los kindles y en las tabletas, pero lo importante es que haya lectura.
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La anécdota me sirvió para entender lo bendecido que somos aquellos que aprendimos a viajar y a conocer mundos fantásticos en las letras y en las páginas de los libros.