Admiro a las personas que son pacientes. Esas que pueden adaptarse al ritmo de las situaciones y personas. Que no se anticipan negativamente, ni se desesperan, ni se enfurecen por tener que esperar.
A mí me cuesta que la realidad no se mueva a la velocidad que requiero. Y por eso, cada vez más, hago ejercicios de paciencia. Ayer, por ejemplo, una tormenta me canceló un vuelo y, aunque al principio me llené de ansiedad, inmediatamente me forcé a realizar tres ejercicios que me ayudan a tener paz.
Primero, la aceptación: ¿puedo hacer algo para que cambie la situación? Esa pregunta me hace entender que la realidad es tozuda y se impone; la única actitud sensata es aceptarla. Es un ejercicio de tomar conciencia de que no todo está bajo mi control.
Segundo, enfocarme en pensamientos positivos. Cuando se presentan situaciones que estimulan el desespero, es necesario revisar los pensamientos que me agitan. No dejo que el control automático dirija porque eso me lleva a actitudes que contribuyen a la ansiedad. En el caso de ayer, comencé a pensar que es mejor quedarse en tierra que volar en medio de una tormenta, y eso me dio tranquilidad.
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Tercero, vivir desde la confianza. Creo que lo que sucede siempre me hace crecer, aunque cueste entenderlo, aunque duela y aunque parezca no tener sentido. Siempre hay alguna lección. Eso me hace agradecer, a veces sin muchas ganas, pero desde la fe en la vida.
El estilo de vida cotidiano, regulado por la búsqueda de la comodidad, nos hace creer que todo gira en torno a nosotros y que todo está obligado a generarnos bienestar, y eso no es cierto.
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Aceptar te libera y te da paz. Por eso, si quieres vivir más tranquilo, aprende a esperar, sé paciente; no eres el centro del universo.