Uno de los temas que más me apasionan y sobre los que más leo es el bienestar. Tengo claro que nada es más importante que nuestro bienestar y nuestro bien-ser. Todo lo demás está supeditado a esto. ¿Para qué lo demás si no podemos disfrutar de la vida misma? Por eso me alegró encontrar ayer varios estudios que afirman que nuestros vínculos son determinantes para nuestra salud integral. Es decir, las conexiones sociales influyen en nuestra biología y en nuestro bienestar.
La evidencia de varias investigaciones científicas desde distintos ángulos nos muestra que tener lazos sociales fuertes influye en la longevidad de las personas y que, por el contrario, la amargura, el aislamiento social y la conflictividad en las relaciones se relacionan con problemas de salud, depresión y mayor riesgo de muerte temprana.
Los estudios también indican que mantener diferentes tipos de relaciones sociales puede contribuir a reducir el estrés y los riesgos cardíacos. Estas conexiones también pueden fortalecer el sistema inmunológico y mejorar la actitud hacia la vida. El contacto físico, como tomarse de la mano o el sexo, libera hormonas y sustancias químicas en el cerebro que no solo generan una sensación de bienestar, sino que también aportan otros beneficios biológicos.
Creo que esto se convierte en una tarea existencial concreta: cuidar nuestros vínculos. Es decir, ser capaces de valorar a las personas, encontrar el propósito de la relación y tener una gestión adecuada de las emociones que permita resolver los conflictos de manera sana. En una época en la que muchos insisten en hacer de la violencia, la confrontación y la división un motor de la vida, la ciencia nos recuerda que solo se genera verdadero bienestar si hacemos de los vínculos experiencias generadoras de sentido. La tarea es clara: cuidar la relación de pareja, disfrutar de los amigos, respetar y complementarse con los compañeros de trabajo. Sin buenas relaciones no hay felicidad.
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