Primera vez que veo perder a un equipo por el que hincho y termino con alegría. Sí, eso me pasó el sábado con la derrota de la Selección de fútbol femenino que participó en el mundial de Australia y Nueva Zelanda.
Es obvio que no me gusta perder y que creo que el equipo tenía calidad para llegar más lejos, pero creo que es un gran primer paso de un grupo de mujeres que no han recibido todo el apoyo que se requiere. Aquí he insistido que por lo menos yo mismo no he ido a ver ningún partido a la cancha y que en la marcha me fui informando de la calidad de estas jugadoras y su trayectoria.
Sus nombres y sus jugadas nos hacen tomar conciencia del protagonismo de la mujer en un deporte tradicionalmente jugado por varones. Vi calidad y fuerza individual, táctica, y estrategia colectiva, pero sobre todo entereza, liderazgo, amor propio y decisión de sacar adelante sus proyectos. Los partidos fueron una nueva lección para mi machista en recuperación para deconstruir una serie de paradigmas mentales que todavía me hacían creer que por ser femenino este fútbol era de menor calidad. Ha sido una oportunidad para entender la esencia y particularidad extraordinaria de este deporte femenino.
Quedé prendado del talento de Linda Caicedo, la fortaleza en defensa de Jorelyn Carabalí, de la creatividad de Leicy Santos en el medio y la seguridad en el arco de Cata Pérez.
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También quedo con la tarea de no sólo seguir más de cerca el fútbol femenino sino de seguir en ese proceso de deconstrucción del machismo que se hace presente en expresiones y actitudes que todavía nos permite creer que las mujeres sólo se destacan por la ternura, como si esta fuera sólo femenina, y ese trato condescendiente que niega la equidad de género que debe existir entre nosotros.
Vea aquí a Alberto Linero:
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