Me gusta la Navidad. Primero, porque tiene un sentido profundamente espiritual centrado en la figura de Jesús de Nazaret, que viene al pesebre de nuestro corazón para ser Reinar en Él; pero también, me gusta porque se respira un ambiente de fiesta, de unión familiar y de mucha solidaridad que se expresa en reuniones, comidas y regalos.
Además, es una época en la que se mueve la economía, no hay que pasar por alto que el año pasado los colombianos gastaron alrededor de 24 billones de pesos en todos los servicios que tienen que ver con esta temporada, es decir, en regalos, cena, decoración, vacaciones y demás.
Este año que ha sido bastante atípico, le pone un gran reto a nuestra economía, pero también en esta ocasión, la pandemia nos exige mucha precaución al momento de celebrar, las medidas de bioseguridad y el autocuidado siguen siendo fundamentales para evitar la propagación y el contagio del virus, por eso no está de más recordar la importancia de lavarnos las manos, usar correctamente el tapabocas y evitar las aglomeraciones.
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Este domingo se llevó a cabo el encendido del alumbrado navideño de Bogotá, actividad que ya tuvo lugar en lugares como Sabaneta, y que hoy lo tendrá en la ciudad de Medellín. Así, poco a poco, nuestras calles se van inundando del espíritu de estas fiestas, pero al tiempo hay quienes ponen en cuestión la realización de estas actividades y que piden no realizarlas por el dinero que cuestan. Aunque entiendo la discusión, creo que este tiempo cumple un papel importante en la vida de la mayoría de los colombianos: llena de sentido. Alimente el espíritu.
Estoy seguro: todo este año ha sido una oportunidad para aprender a escapar de lo inmediato, de lo material, de aquello que se mueve solo en lógicas económicas; con tanta tristeza acumulada y tantas enfermedades emocionales, creo que estos espacios y elementos generan un gran equilibrio.
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Recuerdo un cuento árabe que leí alguna vez de Rosa Montero en el que describía cómo un mercader un día le dio a un mendigo dos monedas, y al encontrárselo después de algunas horas, le preguntó qué había hecho con el dinero; el mendigo respondió: “Con una moneda compré un pan para tener con qué vivir; con la otra, compré una rosa para querer vivir”.
Escuche la reflexión y el análisis de Alberto Linero en Mañanas BLU: