He escuchado las discusiones de mis hermanos con sus hijos para que cumplan las regulaciones de horarios para sus videojuegos. En ocasiones se quejan porque se quedan hasta la madrugada jugando y eso les hace cambiar sus rutinas. Averigüé y sé que mis hermanos han trabajado con mis sobrinos distintas estrategias para esta actividad tan importante para ellos.
Desde las prohibiciones, hasta los horarios, las negociaciones y las exhortaciones. Pero todo termina en un nudo de disputas. Por eso me llamó la atención la noticia sobre que el gobierno chino limitaría a 3 horas por semana el tiempo de los menores con los videojuegos. Es decir, sólo podrán jugar tres días designados entre 8 y 9 de la noche.
Reconozco las dificultades de los padres con la adicción de los jóvenes a la tecnología, de hecho, ayer se hizo viral la noticia de una niña de 12 años, en el estado de Sonora en México, que se fue de la casa porque le quitaron por castigo el celular, y fue encontrada camino a Tijuana; pero no creo que este tipo de medidas totalitarias sean convenientes.
Primero, porque creo que es una derrota de los padres, que terminan diciendo “no fuimos capaces”, pero además, porque crean una heteronomía en los jóvenes, que es contraproducente en otras dimensiones de la vida, porque el control de lo moral sería externo y no una decisión propia, como debe ser en los adultos. Ese modelo impositivo de crianza termina fracasando.
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Se requiere un modelo más autoritativo en el que haya diálogo, argumentos, consensos e interiorización de la situación por parte de los niños y adolescentes.
De eso se trata la crianza, de acompañarlos racional y emocionalmente en ese proceso progresivo de autonomía. Los padres deben estar conectados emocionalmente con sus hijos y acompañarlos de cerca, generar redes de apoyos con otros padres y establecer normas disciplinarias. Además, hay que saber cuándo pedir ayuda profesional.
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Leyendo, encontré que algunos síntomas de una relación malsana entre los niños y los videojuegos son: su obsesión con ellos; ponerse tristes, irascibles o ansiosos cuando no los dejan jugar. Quieren jugar más, y no pueden jugar menos o no hacerlo. No se interesan en otras actividades. Mienten sobre el tiempo que pasan jugando. Alivian el mal humor con los videojuegos.
Imagino que me van a decir que no tengo hijos y yo les recordaré que esa es una decisión libre que ustedes tomaron, y ahora tienen que saber criar.
Escuche la reflexión de Alberto Linero en Mañanas BLU: