El inicio de un nuevo año es como un lienzo en blanco que nos invita a proyectar nuestros sueños, anhelos y metas. Aunque sabemos que muchos de estos propósitos quedarán en el camino, ¿por qué insistimos en plantearlos? Porque detrás de cada propósito hay un acto profundamente humano: el de creer en nuestra capacidad de cambiar, mejorar y construir una vida más significativa.
Tener propósitos no es un simple ejercicio de moda o de tradición; es una declaración de esperanza. Es reconocer que, a pesar de las dificultades, siempre hay algo por lo que vale la pena esforzarse. Nos recuerda que el futuro no está completamente escrito, y que, aunque nuestras circunstancias no siempre sean favorables, tenemos el poder de influir en ellas.
Es cierto que muchos propósitos fracasan, pero eso no significa que sean inútiles. Cada intento nos enseña algo valioso sobre nosotros mismos: nuestras prioridades, nuestros miedos y nuestras capacidades. Incluso los propósitos incumplidos pueden dejarnos lecciones que nos servirán para intentarlo de nuevo con más sabiduría. Lo importante no es la perfección, sino el movimiento constante hacia aquello que consideramos importante.
Tengamos claro que los propósitos nos ayudan a mantenernos enfocados. En un mundo lleno de distracciones, plantear metas nos da dirección. Es como un faro que nos orienta en medio de las tormentas cotidianas, recordándonos qué es lo que realmente importa. Aunque el camino no sea lineal, la claridad de propósito nos impulsa a seguir adelante.
Tener propósitos también es un acto de amor propio. Es decirnos: “Merezco una vida que me haga sentir pleno y feliz”. Es regalarnos la oportunidad de soñar, de planear, de reinventarnos.
Oye aunque el fracaso sea una posibilidad, vale la pena intentarlo. Porque en cada propósito hay un recordatorio de nuestra capacidad de creer, aprender y crecer. Y quizás, más allá de lograr o no una meta específica, lo más valioso sea el proceso mismo: esa travesía en la que, paso a paso, nos vamos convirtiendo en quienes aspiramos ser. ¿Y tú, ya tienes tus propósitos?