No pertenezco al Partido Liberal; de hecho, no pertenezco a ningún partido, ni me siento especialmente cercano o afín a ninguno de ellos. Creo que la mayoría, si no todos, han dejado de representar ideas, e incluso aquellos que son instituciones centenarias, como el Liberal y el Conservador, viven entre la confusión ideológica o el simple desinterés.
No obstante, lo anterior, y ya que las reglas permiten que vote cualquiera así no sea afiliado, tomé la decisión de votar en la consulta en la que se va a escoger el candidato del Partido Liberal. Y aclaro que yo también preferiría que hubiera otro mecanismo que no costara tanto, pero la realidad es que nuestro marco constitucional y legal instituyen y promueven la democracia como método de gobierno de los partidos (y tampoco olvido las épocas en que decidía el bolígrafo de Turbay Ayala). Habrá tiempo para una reflexión posterior sobre estos sistemas de gobierno de los partidos, pero ya que la fecha está a pocos días, el momento es más para decisiones que para esas reflexiones.
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¿Por qué, si no soy del Partido Liberal, voy a votar en la consulta? Por supuesto que no es solo porque la norma lo permite. Detrás de esto también hay una convicción, que es la que quiero compartir.
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Yo no he decidido por quién votar para la Presidencia, pero hay dos cosas que tengo muy claras. Primera, que no voy a votar por ningún candidato que amenace con frustrar el más grande y difícil esfuerzo que ha hecho este país en los últimos años, que es el acuerdo de paz con las Farc. Esta repetición de violencias, esta cadena de ciclos de muerte que viene tal vez desde el siglo XIX, tiene que parar. Tenemos que ser capaces de ponerle punto final e incumplir ahora la palabra empeñada en un acuerdo (un acuerdo que si bien es imperfecto es bastante bueno desde la perspectiva pragmática) seguramente conduciría a iniciar un nuevo ciclo de guerras y de violencia.
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Segundo, no voy a votar por ningún candidato que amenace con convertir definitivamente a Colombia en una ‘corruptocracia’, gobernada por las estructuras criminales que hoy manejan la política en muchas regiones del país. No voy a dar mi voto a quien llegue respaldado y apoyado por esas estructuras, las mismas que se roban los refrigerios escolares y los tratamientos para la hemofilia. A este ciclo de clientelismo hambriento también tenemos que ponerle punto final, o estaremos en 2022 abriendo la puerta a quién sabe qué locura.
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Con esos criterios a la mano, veo con simpatía hoy a tres candidatos presidenciales, y voy a seguir observando sus campañas para finalmente tomar una decisión. Uno de esos tres es Humberto de la Calle. Y si como ciudadano puedo al menos contribuir con mi voto en la consulta, para fortalecerlo como opción para enfrentar a los amigos de la guerra y de la ‘corruptocracia’, pues que ese sea mi aporte.
Me dirán que en esa consulta también está Juan Fernando Cristo, y que él también apoyó el proceso de paz. No se puede negar que su labor como ministro para desarrollar la implementación fue infatigable, y se le agradece. Pero no sería mi opción como candidato presidencial: lo percibo muy cercano a las maquinarias políticas, y tengo aún vivos muchos recuerdos del período de Ernesto Samper.
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De nuevo, les recuerdo que en esta columna hablo como ciudadano y no como analista, pues es también grato compartir con lectores y oyentes este tipo de decisiones. Y así, como ciudadano, seguiré esperando que los candidatos de mi preferencia vayan encontrando su voz, que vayan definiendo más precisamente su identidad y su mensaje. Porque lamentablemente la contraparte abunda en discurso encendido, y al menos en primera instancia ha logrado capturar la atención pública. Han proliferado las mentiras y las inexactitudes; se nota que quieren manipular nuestros miedos, que son naturales en cualquier país que experimenta cambios. Pero yo quiero ese cambio. Con el miedo he vivido ya demasiado tiempo.
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