Nos enseñan a hablar, nos festejan las primeras palabras, nos muestras técnicas para que pronunciemos bien las frases, pero extrañamente no nos enseñan a escuchar. Dan por hecho que todos los aprenderemos bien. Tanto que muchos crecemos y nos volvemos viejos sin haber aprendido a escuchar. Y esa es tal vez una de las fuentes más grandes de los malentendidos y conflictos que tenemos en las relaciones, pero a la vez de perdernos en la madeja de relatos que la vida nos hace.
Cuando veo la situación nacional tengo la certeza que saber escuchar al otro nos está haciendo mucha falta. Sobre todo, escuchar a aquellos que no piensan lo mismo que nosotros. Sin escucharnos todo tiende a ser más trágico y a no encontrarse las soluciones necesarias.
Creo que con Oliver Serrano que
una verdadera escucha está caracterizada por:
- Atención. Enfocarnos en el que nos habla libres de toda distracción es fundamental para poder captar su real mensaje.
- Fuera los prejuicios. Evitar los juicios de valor prematuros sobre el mensaje del que nos está hablando. Por lo cual hay que centrarse en el contenido del mensaje y no en su personalidad y apariencia.
- Escuchar los hechos, pero también las emociones. Las palabras siempre vienen humedecidas de emociones que también debemos captar para ello hay que observar atentamente los gestos, la expresión facial y el lenguaje corporal del que nos habla. Aquí la empatía es fundamental.
- Ser amables y generosos. Un buen oyente se esfuerza deliberadamente por dar una oportunidad a los demás para que también expresen sus pensamientos y opiniones e intenta aprender de cada uno de ellos.
Aprovecha las oportunidades. Una persona que realiza una escucha activa trata de aprovechar las oportunidades que se le presentan, como la de aprendizaje.
Si no aprendemos a escuchar por muy bien que hablemos tendremos conflictos innecesarios y nos enredaremos en el odio de los que no comprenden nada.