Ayer mientras leía la noticia de que Diego Armando Maradona estaba hospitalizado y que iban a hacerle una cirugía , recordé la narración de Víctor Hugo Morales del segundo gol del argentino a los ingleses: “Barrilete cósmico… ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?... Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 - Inglaterra 0”. Así gritaba el relato que condensaba no sólo las emociones de ese gol majestuoso, sino lo que este jugador de fútbol significa para esa nación.
Creo que fue el mejor jugador de fútbol que he visto sobre una cancha, pero no lo admiro como persona. No lo entiendo como victimario, sino como víctima de esa necesidad humana de endiosar e idolatrar a quienes no son más que débiles y finitas criaturas, que en medio de sus capacidades y necesidades, tratan de ser felices. No soy de los que se sorprenden de la débil naturaleza humana de los ídolos deportivos y artísticos.
Entiendo que tienen algunas aptitudes que les hacen estar por encima del promedio y ganar mucho dinero, pero no son más que seres humanos con las mismas batallas existenciales que nosotros.
Diego Maradona no tiene por qué ser el referente moral de nadie, ya que no es más que un buen futbolista, pero es que siempre que ponemos más peso a las personas del que su estructura emocional y moral soportan, terminan hundidos en cualquiera de los fangos que el mundo moderno tiene: las adicciones, los crímenes, etc.
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¿Qué esperamos de un muchacho pobre, sin educación, sin redes emocionales sanas que gracias a sus capacidades con un balón de fútbol y a su liderazgo, termina rodeado de personas que lo descubren como una fuente de riqueza, o de diversión y que lo explotan como un producto más? ¿Qué esperar de un humano que ve que la sociedad se le arrodilla y le hace creer que es Dios? No lo exonero de sus responsabilidades personales y de todo el daño que ha podido causar, pero sí creo que tenemos que reflexionar en torno a cómo tratamos a los que descollan en cualquier dimensión de la vida.
Siempre le digo a los papás: si tu hijo tiene como referente de vida a un artista o a un deportista, la culpa no es de ellos, sino de ustedes como padres.
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