Como toda habilidad, las espirituales necesitan ser cultivadas, requiriendo un entrenamiento especial. El Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma, un periodo de 40 días en el que se proponen prácticas y experiencias que generen hábitos y habilidades espirituales.
Desde el siglo IV, el miércoles siguiente a los carnavales se hace el signo de la ceniza buscando simbolizar la transitoriedad de la vida y la necesidad de arrepentimiento tras los excesos vividos en esos días de fiesta. No es un tiempo de tristeza, sino de penitencia. No se trata de aislarse de las dinámicas comunes de la cotidianidad, sino de encontrarle sentido desde la introspección y la profundización de la vida espiritual.
Durante este tiempo, podemos trabajar en tres habilidades espirituales específicas:
Primero, tener conciencia: es decir, entender por qué y para qué vivimos, saber qué es lo que estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo. Esto lo logramos si generamos espacios de autoobservación y meditación.
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Segundo, estar presente: vivir plenamente el aquí y el ahora, liberándonos de preocupaciones pasadas y futuras, que nos hagan distorsionar cada una de las interpretaciones que hacemos de lo que nos está sucediendo.
Tercero, tener carácter: nos ayuda a tomar decisiones firmes, liberándonos de apegos y gestionando nuestros impulsos de manera saludable. Esto implica autodominio y fortaleza para enfrentar las adversidades y provocaciones adecuadamente de tal manera que podamos construir una vida que valga la pena ser vivida.
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Estas prácticas propuestas en la Cuaresma, aunque arraigadas en la tradición religiosa, son aplicables a la vida cotidiana de cualquier persona, independientemente de su fe. Todos buscamos la felicidad, y el desarrollo de estas habilidades esenciales puede contribuir a alcanzarla.
En última instancia, la Cuaresma nos invita a reflexionar sobre nuestra vida y a cultivar cualidades que nos ayuden a vivir de manera más plena y significativa.