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Los valores y espiritualidad se ven, especialmente, en nuestro trato a quienes nos prestan servicios

No le creo a nadie que diga ser buena persona si maltrata verbalmente, o paga mal a aquellos que trabajan en su casa.

Alberto Linero
Alberto Linero
Foto: cortesía

Creo que uno de los verbos a través de los cuales se muestra el amor, es cuidar. Quien ama, estará siempre atento y dispuesto a servir y ayudar al ser amado.

Por eso, una de las pocas cosas que celebro de esta pandemia y de la experiencia de confinamiento que vivimos, es que volvimos a apreciar las acciones de cuidado y a valorar a las personas que nos sirven y nos cuidan. Entre estas, aquellas que nos ayudan con las actividades domésticas. Ellas son personas valiosas que nos hacen la vida más tranquila y nos permiten tener tiempo para otras acciones.

Tengo que agradecer que a lo largo de mi vida, tanto en el ministerio, como ahora que no ejerzo, he contado con personas que me han servido con dedicación y eficiencia. Descubro que realizan su trabajo no solo por la paga, sino porque me valoran y tratan de que esté bien. Por eso, siempre intento corresponder con cariño, con las mejores condiciones de trabajo y tratando de servir para que puedan desarrollar de la mejor manera su proyecto de vida.

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Infortunadamente esta no es la actitud de algunas personas que creen que quienes les prestan el servicio doméstico, tienen menos derecho que ellos o simplemente no les permiten oportunidades para que puedan crecer. Por eso, ayer que conocí la experiencia de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico, un sindicato que desde el 2013 se unió para promover y exigir los derechos laborales y humanos de estas personas en todo el país, me alegré, porque creo que en el trato con quienes nos ayudan, es donde mejor se expresa nuestra condición humana.

No le creo a nadie que diga ser buena persona si maltrata verbalmente, o paga mal a aquellos que trabajan en su casa. Dudo de la bondad de quienes son esplendidos al hablar, pero no permiten que estas personas se les acerquen demasiado o compartan algunos espacios que ellos consideran exclusivos.

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Recuerdo que Yoleida se extrañó el día que con Alcy la invitamos a comer con nosotros en la mesa. Nos miró atónita, pero no la imaginaba escondida en la cocina como si fuera menos. Si tiene tanto tiempo de compartir con nosotros, pues que comparta lo que somos.

Estoy convencido: la verdadera espiritualidad y los buenos valores se hacen presentes en la manera cómo tratamos a los demás, en especial a aquellos que nos prestan servicios.

Escuche la reflexión de Alberto Linero en Mañanas BLU:

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