La primera vez que oí su nombre yo era un niño de 10 años y estaba pendiente del radio para escuchar los partidos del Suramericano de Paysandú, Uruguay, porque en la selección Colombia iba el Pibe Valderrama, que era el jugador samario más importante en ese momento.
Diego Maradona deslumbró en ese suramericano y luego él y 10 jugadores más de la selección argentina fueron campeones en el mundial de Japón. En adelante lo seguí con mucha atención y por él me hice hincha de la selección argentina en un momento en el que casi todos eran hinchas de Brasil. No olviden que Colombia no clasificaba a esos mundiales.
Realmente creo que es el mejor jugador de fútbol que he visto. Sus gambetas, sus pases milimétricos, su capacidad goleadora, pero sobre todo su liderazgo en la cancha y su determinación para guiar a sus compañeros me emocionaron siempre. Era el mejor.
Nunca fue mi referente moral, porque no creo que sea esa la función de los grandes deportistas ni de los artistas. No creo que sus logros deportivos lo exoneren de la responsabilidad por las decisiones que tomó y pudieron afectar a otros. Creo nuestra sociedad está acostumbrada a exigirle a muchas figuras públicas lo que no les ha dado. Deportistas, artistas, y tantos otros que alcanzaron fama y que nacieron en ese mundo invisible de la pobreza absoluta, no tuvieron buenos espacios de formación académica, ni se les preparó para el éxito, pero luego les pedimos que se comporten como los referentes morales de una sociedad que sólo los tuvo en cuenta cuando ganaron un trofeo. Al resumen de una vida como la de Diego, no se trata de justificar nada, se trata de entender eso que podríamos cambiar en esta sociedad que somos. Cada ser humano tiene algo que es posible entender al entender su entorno, su ambiente vital.
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Maradona encarna la figura de ese “héroe trágico” de Aristóteles que está lleno de todas las cualidades profundas, pero tiene un sino marcado por el error, el dolor y la desgracia. No sólo el mundo del fútbol se succiono de él todas las alegrías posibles, sino que muchos en su entorno lo usaron para ganar dinero y terminaron chupándole vida de a poquitos.
El Diego con su vida nos muestra cómo la fama no hace pleno al corazón humano, sus adicciones fueron la expresión de esa búsqueda de realización que no dan los aplausos, el reconocimiento ni el dinero. Lo peor que le puede pasar a los humanos es hacerles creer que son dioses, y cobrarles que no lo sean.
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