Los seres humanos somos jalonados por las expectativas que nos hacemos. Son las ganas de un mejor futuro, de la concreción de los sueños, de la realización de nuestros mejores deseos el logro que nos impulsa todos los días. Pero muchas veces nos llenamos de decepciones, al constatar que existe una gran diferencia entre lo que anhelábamos y lo que está en la realidad. Encontramos que la existencia no se parece en nada a lo que soñamos. ¿Cómo se explica eso?
Una primera posibilidad es que nuestras expectativas eran irracionales, es decir, que esperábamos lo que lógica y coherentemente no se puede realizar. A veces el pensamiento mágico hace que creamos que se puede lograr rápidamente lo que exige tiempo. No podemos negar que a veces le pedimos a las personas y los proyectos lo que no pueden dar. Es decir, nos engañamos creyendo que lo imposible es fácil de lograr.
La segunda es que olvidamos la naturaleza cambiante de la realidad, nuestras expectativas se enfocan en tratar de encontrar patrones, sentidos, orden en lo que esencialmente es caótico. Es tratar de encausar un río gigante con una canaleta de una pulgada.
También puede ser que la ansiedad nos lleve a pedir rápido lo que se demora, y que la decepción no sea real sino fruto de la desesperación de ver resuelto lo que queremos.
Pero también la creación de expectativas es fruto de nuestra libertad, sin esta no podríamos crear escenarios, las expectativas son herramientas con las que ampliamos nuestra narrativa, nos animamos a explorar gracias a ellas.
Necesitamos realismo para no vivir de decepción en decepción. Las soluciones no caen del cielo se realizan con sacrificio, disciplina, talento y mucho trabajo. Con palabras los problemas no se resuelven. La realidad nos hace caer una y otra vez en cuenta de nuestros límites, pero siempre los podemos correr un poco más.
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