Una de las acciones que más nos humanizan es ser agradecidos, y sólo agradece el que entiende que no todo lo merece, aquel que es capaz de captar la generosidad de los otros seres humanos en su vida. La gratitud permite que las personas reconozcan los dones que las personas entregan en la vida, pero también al ser que los hace. Es una emoción que permite cuidar las relaciones interpersonales y a la vez contestar con bondad al que está allí y nos ayuda.
Ser agradecido implica tener una buena autoestima. Es decir, no estar empujado por el relato mentiroso del ego que siempre nos hacer creer que lo que recibimos es fruto de nuestras cualidades y no de la acción bondadosa y generosa de la otra persona. Las emociones de inferioridad, de poco valor ocasiona que las personas se impongan ante los demás y les enrostren sus capacidades y posibilidades no dejando espacios a la gratitud .
Ayer leía una nota de prensa en el que Margarita Rodríguez insistía en que "Los ensayos clínicos indican que la práctica de la gratitud puede tener efectos impresionantes y duraderos en la vida de una persona. Puede disminuir la presión arterial, mejorar la función inmunológica y mejorar el sueño…También puede ayudar a reducir el riesgo de depresión , ansiedad y trastornos por abuso de sustancias".
La gente agradecida es más feliz porque están más satisfechas de su vida y disfrutan lo que tienen. Son más compasivos y empáticos por lo que logran sostener relaciones interpersonales más sólidas y satisfactorias, porque reconocen el don entregado por aquellos con los comparten la existencia.
La gratitud se debe expresar con palabras y acciones bien explicitas. No tiene sentido ser agradecido si la otra persona no lo sabe. Por eso me gusta la frase de John F. Kennedy “Debemos encontrar tiempo para detenernos y agradecer a las personas que hacen la diferencia en nuestras vidas”.