Nada más doloroso que una ruptura afectiva. Ser traicionado, rechazado y encontrarse con que ya no le interesas a la persona que amas, rompe el alma y deja con la impresión de que no se volverá a ser feliz. La vida se oscurece, se siente que no hay futuro, que con la ida de esa persona se va la felicidad. Todo exagerado por el dolor y la tristeza. Lo llaman la “tusa”, en el lenguaje coloquial.
A lo largo del ejercicio ministerial me correspondió acompañar a muchos hombres y mujeres en sus procesos de elaboración del duelo ante la pérdida afectiva. No hay recetas, porque cada duelo es singular según las experiencias personales, las estructuras emocionales y la historia construida.
Ayer escuchaba la entrevista deShakira en la que dijo: “Entré al estudio de una forma y salí de otra (…) Fue un gran desahogo, necesario para mi propia sanación y proceso de recuperación. Creo que estaría en un lugar muy distinto sino hubiese tenido esa canción, la oportunidad de expresarme y pensar en el dolor. No es sólo sentir lo que hay que sentir porque luego de que experimentas un desamor, una traición, un vacío o una decepción… Hay que sentir lo que hay que sentir, pero también hay que pensar en eso que se siente”, cierro cita.
Pensé en la necesidad que tenemos de darnos esos espacios para sanar. Llorar no hace daño, y es necesario aceptar y expresar esa dura emoción, sacarla fuera sin lastimarnos y sin lastimar a nadie. Entender que un clavo no saca otro clavo, y que comenzar una relación como remedio al dolor que se tiene, ocasiona más problemas, así como tratar de aplacarlo con sustancias que sacan de la realidad.
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La felicidad siempre es una tarea propia y no podemos esperar que otros nos hagan felices. Hay que encontrar espacios en los que haya oportunidad de entrar al interior y sanar las heridas. No hay que pedir a otro que de lo que cada quien se debe dar. La tusa ha sanado cuando podemos decir: te amo, pero soy feliz sin ti.