El papa Francisco, en su habitual audiencia general, esta semana nos ha recordado que “el placer es un don de Dios”, una verdad que, aunque debería ser un lugar común, ha sido eclipsada por una visión moral que ha prevalecido en la Iglesia . Históricamente, el sexo y el placer han sido temas espinosos, cargados de connotaciones morales que han levantado suspicacias y hasta un desprecio por el cuerpo.
La Iglesia ha generado diferentes debates sobre la sexualidad , y esta visión moralista ha dejado a su paso frustración y represión en muchas personas, incluso dentro de la propia institución. Yo mismo ingresé al seminario con la firme decisión de asumir el celibato de por vida, convencido de que era la única opción aceptable para ser presbítero. Aprendí que se podía sublimar la energía sexual. Sin embargo, la experiencia y el tiempo me llevaron a revisar si verdaderamente es una condición para ejercer el ministerio.
El papa nos invita a reflexionar sobre la importancia de vivir la sexualidad desde el amor, por eso afirma: “Amar es respetar al otro, buscar su felicidad, cultivar la empatía por sus sentimientos, disponerse en el conocimiento de un cuerpo, una psicología y un alma que no son los nuestros, y que hay que contemplar por la belleza que encierran. Amar es eso, el amor es hermoso”.
La sexualidad y el placer no deberían ser temas tabúes, sino aspectos de la vida humana que, desde una perspectiva espiritual, pueden ser comprendidos como regalos divinos para gozarlos y compartirlos. Es tiempo de derribar los muros de la moralidad que han contribuido a la represión y la angustia, y abrazar una visión más compasiva y amorosa. Vivir desde el amor implica aceptarnos a nosotros mismos y a los demás, reconociendo la belleza de la sexualidad humana. La moralidad, en lugar de imponer restricciones y convertir a algunos en administradores de la vida sexual de los demás, debería inspirarnos a tener actitudes de respeto, responsabilidad y compasión en nuestras relaciones.
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