Estoy seguro que la felicidad depende de nuestra capacidad de hacer equipo, porque las realidades fundamentales de la existencia se concretan en esas relaciones con propósitos comunes, de complementariedad y contextos de la mejor versión individual.
El inicio de las eliminatorias del Mundial de fútbol 2026 es una buena oportunidad para reflexionar en torno al trabajo en equipo.
Estoy seguro que la felicidad depende de nuestra capacidad de hacer equipo, porque las realidades fundamentales de la existencia se concretan en esas relaciones con propósitos comunes, de complementariedad y contextos de la mejor versión individual. Eso es un equipo: talentos individuales que se juntan sinérgicamente para conseguir un objetivo común que trasciende, pero realiza los intereses individuales.
Esto exige confianza, coordinación, excelente comunicación y un intenso compromiso. Un equipo no es la suma de personas sino la decisión de trabajar conexiones que generen oportunidades que agreguen valor a la vida.
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En una sociedad que privilegia, tal vez por la economía de mercado, lo individual vale la pena que hoy disfrutando el partido entendamos que nadie puede realizar sus sueños absolutizar su interés y buscando que los otros no puedan alcanzar sus metas. Más allá del disfrute de un partido de fútbol tengamos la ocasión para entender qué es lo que nos une como nación, como familia, pareja, como equipo de trabajo. Explicitarnos obliga a generar claros planes de acción que desarrollemos con la disciplina y el sacrificio necesarios.
Asumiendo las responsabilidades que cada uno tiene desde los roles y los oficios que cumpla. Querer ganar, en cualquiera de sus acepciones, sin saber hacer equipo es una manera de garantizar el fracaso y de terminar frustrados desde una autoevaluación negativa. La dimensión espiritual vivida no desde una dimensión mágica sino como posibilidad para trascender y encontrar sentido es útil en este trabajo en equipo. Para ser felices hay que ayudar a ser felices a los demás.
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