La señora, con firmeza y serenidad, reclama su lugar en el avión. Quien la atiende le explica la situación, pero ella, con un tono mesurado, insiste hasta lograr su objetivo.
Estoy sentado frente a la escena, y me queda claro que esa es una auténtica muestra de comunicación asertiva. Creo que esta habilidad, una de las menos desarrolladas hoy en día, es paradójicamente de las que más necesitamos para mantener relaciones sanas. La asertividad es la capacidad personal de expresar sentimientos, opiniones y pensamientos de manera clara, directa y respetuosa, en el momento adecuado, sin negar ni desconsiderar los derechos de los demás. Se trata de pensar antes de hablar, de no permitir agresiones ni agredir a otros.
No es fácil que florezca la asertividad en una sociedad donde algunos creen que las formas no importan, donde el odio ha ganado terreno en lo público y se ha convertido en un motor de las relaciones. Menos aún en espacios donde el aplauso de algunos pesa más que la verdad o la dignidad de quien tenemos enfrente.
La asertividad, que se escribe con "s" porque proviene del latín assertus, que significa firme, requiere la acción decidida de cuidar la propia dignidad gestionando adecuadamente las emociones. Entre sus beneficios, los teóricos destacan:
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Mejora las relaciones: fomenta una comunicación abierta y honesta, fortaleciendo los vínculos.
Aumenta la autoestima: expresar opiniones y necesidades incrementa el valor que te das a ti mismo.
Reduce el estrés: al resolver conflictos de manera asertiva, evitas acumular tensión y frustración.
Logras tus objetivos: sabes expresar lo que quieres y cómo obtenerlo, sin recurrir a la manipulación.
Mientras reflexiono sobre la asertividad, un señor grita con furia y hasta insulta a quien lo atiende, exigiendo que le den su cupo en el vuelo. Sonrío, valorando aún más a quienes saben reclamar asertivamente.
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