En la esquina de Amadores de la Pastora, en Caracas, un automóvil marca Hudson Essex, atropelló en la tarde del 29 de junio de 1919 al doctor José Gregorio Hernández, un gran científico y médico de la época que había estudiado en Francia, Microscopía, Bacteriología, Histología y Fisiología Experimental; y que al regresar de Europa, no solo fundó el Instituto de Medicina Experimental, el Laboratorio del Hospital Vargas y varias cátedras de Medicina, sino que realizó un gran apostolado atendiendo a las personas pobres que no tenían cómo pagar por su salud.
En este médico se encontraban muy bien unidas la ciencia y la experiencia de la fe. Después de su muerte, desde la vida cotidiana de la fe, se fue experimentando que Dios actuaba y mostraba su gracia habilitante cuando se pedía, en Cristo Jesús, por la intercesión de este hombre bueno.
Es la experiencia de fe que descubre a Dios en esos acontecimientos que llamamos milagros, porque no los entendemos, pero nos hacen sentir amados, sanados y protegidos.
Rápidamente esa fama de santo comenzó a correr por todo el territorio deVenezuela , y claro, como somos países siameses, pronto también en Colombia. De hecho, recuerdo que en mi infancia había una gran devoción por él.
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En 1949 se inició, por insistencia del arzobispo de Caracas, monseñor Lucas Guillermo Castillo, el proceso de canonización, y aunque fueron muchos los testimonios de fe que se presentaron en ese momento, solo hasta el 16 de enero de 1986 el papa Juan Pablo II lo declaró venerable, que es el primer paso camino al altar, y hoy en Caracas, en el colegio de La Salle, con todas las medidas de bioseguridad y de una manera austera y sencilla, por orden del Papa Francisco , en una celebración eucarística se le declarará beato, luego de la comprobación del milagro concedido a la niña Yaxury Solórzano.
Creo que este debe ser un signo de la presencia de Dios que siempre está a favor del débil y del pobre, y una invitación para que todos entendamos que la vida tiene sentido si somos capaces de vivir desde el servicio, la generosidad y la solidaridad.
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Creo que más allá de todas las experiencias de piedad, este acontecimiento tiene que ser una invitación para que todos los creyentes, y aun los que no lo son, construyan proyectos en los que se haga presente la justicia, la equidad y la vida digna como manifestación del amor de Dios.
Escuche la reflexión de Alberto Linero en Mañanas BLU: