
Las noticias sobre la enfermedad del papa Francisco han despertado admiración y preguntas. A pesar de su estado de salud, cuando siente que está recuperado hace llamadas y da indicaciones para el funcionamiento de la institución. A mí particularmente me cuestiona mucho esto y me pregunta: ¿Hasta cuándo trabajar? ¿Hasta qué punto debemos seguir entregándonos a lo que hacemos?
En un mundo que a veces pone la jubilación como una meta final, ver a alguien que sigue comprometido con su labor a pesar de la fragilidad física nos desafía. Trabajar no es solo una cuestión de necesidad económica, sino también de sentido de vida. Cuando lo que hacemos tiene un propósito profundo, cuando sentimos que estamos contribuyendo a algo más grande que nosotros mismos, el trabajo deja de ser una carga y se convierte en una vocación.
Esto no significa ignorar el descanso o forzarnos más allá de nuestros límites. Cada persona debe aprender a escuchar su cuerpo, su mente y su espíritu para saber cuándo es el momento de hacer una pausa. El problema no es el trabajo en sí, sino cuando se convierte en una imposición y no en una elección consciente.
El papa nos enseña con su testimonio que el trabajo con sentido no tiene fecha de caducidad. Mientras tengamos fuerzas y ganas, podemos seguir aportando, transformando, sirviendo. La clave está en encontrar el equilibrio: trabajar con amor, pero también saber cuándo parar, cuándo delegar, cuándo dar espacio a otros para continuar la tarea.
Publicidad
Entonces, ¿Hasta cuándo trabajar?... Hasta que sintamos que hemos cumplido, hasta que sepamos que es momento de ceder el paso, hasta que nuestra misión haya sido completada. La respuesta no está en un número de años, sino en la conexión que tengamos con lo que hacemos y en la paz con la que podamos decir: “He dado lo mejor de mí.”