Muchos creen que la iglesia , sus instituciones, ritos y disciplinas, han sido siempre tal como son y se viven hoy, y no es cierto. Si revisamos los 20 siglos de cristianismo notamos que algunas enseñanzas han sido bastante estables, como las doctrinas expresadas en el credo, pero otras cosas han tenido cambios y progreso en sus distintas formas de vivirse y expresarse.
Dos ejemplos: Sólo fue hasta los dos concilios de Letrán - 1123 y 1139 - que se instituyó el celibato obligatorio para los sacerdotes .
Y los sacramentos han sido entendidos y celebrados de variados modos en las distintas épocas y regiones de la iglesia.
El último gran momento de renovación fue el Concilio Vaticano II en el que se hicieron cambios litúrgicos y pastorales para responder a los desafíos de la sociedad de la segunda mitad del siglo XX.
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De alguna manera ser iglesia es precisamente caminar juntos en un continuo itinerario de renovación, guiados por el Espíritu de Dios, tratando de entender cómo ser luz en nuestra realidad y cómo acompañar a quienes acuden a la iglesia y la conforman.
Algunos creen que el catolicismo medieval es el único modelo a seguir, olvidando que es la comunidad de los evangelios y del nuevo testamento ese fuego inicial que nos inspira, y esa memoria primera que nos reúne. Y ni siquiera esa etapa la podemos o debemos imitar intacta hoy, pues nuestras dinámicas de vida nos exigen actualizar aquella herencia.
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Por eso espero que este sínodo sea una puerta a nuevas actitudes y disposiciones ante los desafíos que hoy tiene la iglesia. Espero que pronto los hombres casados puedan ser ordenados presbíteros, que se acabe la pasiva exclusión a personas por cualquier condición que no han decidido, o que nunca más se propicie ningún tipo de abuso.
Espero todo eso sabiendo que para algunos lo único aceptable será que nada cambie, y cualquier renovación será herejía. No olvido que esta iglesia surgió de aquel Jesús al que crucificaron por querer hacer nuevas todas las cosas.