Me llamó un amigo para contarme que había muerto el Papa Benedicto XVI. Le pregunté que dónde había leído la noticia, y me dijo que, en Twitter, y que varios periódicos del mundo ya lo daban por hecho. Inmediatamente pensé en cuál fue el primero libro que leí del Cardenal Ratizinger y las emociones que me causó, para iniciar por allí mi editorial de todos los días, pero recordé que en el mundo de las redes sociales hay que dudar siempre de la información que se recibe, por eso me fui inmediatamente a la página del Vaticano y no encontré la información por ninguna parte.
Llamé a Brandon, y le dije que parecía una noticia falsa, y que solo la creería cuando la página oficial del Vaticano la publicara. Al final resultó ser una fake news. Y me sirve esta situación para reflexionar en torno a la ingenuidad con la que se asumen las noticias que cualquier cuenta en Twitter genera. Es extraño que gente tan crítica y capaz de dudar hasta de su papá, pueda ser tan ingenua a la hora de leer las redes. Con el problema de que inmediatamente repiten yopinan sin constatar la veracidad del tema ; al fin y al cabo, vivimos en esa competencia que nace de la creencia de que, si no hablamos de un tema en redes o no replicamos una información, podríamos perder nuestra dignidad en segundos.
La rapidez por comentar nos ha quitado la capacidad de comprensión, análisis y contrastación necesaria. Con todas las críticas que se les hacen a los medios de comunicación aquí hay una diferencia, porque en los medios serios siempre hay editores y directores que no publican una noticia sin antes tener todas las pruebas del caso.
Como lector me queda claro que hay que saber escoger bien qué cuentas leer, revisar con detenimiento si las que publican son las oficiales de las personas que seguimos, porque algunos deshonestos cambian una letra o agregan un número para hacernos caer, pero, sobre todo, evitar la ingenuidad que nos vuelve manipulables y fanáticos de intereses oscuros. No olvidar que en las redes hay que leer para no creer.