
Atravieso la esquina de la calle 84 con carrera 51b, y desde un carro un señor grita a todo pulmón “el man está vivo y en carnavales”. Y sí, definitivamente estoy en Barranquilla; esta ciudad que por estos días queda atrapada en la alegría y el gozo que rompe todo tipo de barreras sociales para que todo se junte en un baile eterno, en un baile donde están las distintas culturas con las mejores expresiones de su identidad. Mi experiencia del Carnaval viene desde la niñez.
En mi casa, en Santa Marta, me enseñaron que estos cuatro días eran manifestación de la creatividad y del gozo para construir liturgias de entretenimiento. Recuerdo a mis papás disfrazados para irse a la batalla de flores
; llega a mi memoria como con mis hermanos participábamos de cuanta manifestación folclórica infantil había en el barrio.
De esas experiencias aprendí tres cosas:
- No tenerle miedo al placer. Se hace necesario que así como trabajamos con esfuerzo, disciplina y constancia, seamos capaces de encontrar las actividades que nos hacen gozar. Y vivirla sin ninguna culpa.
- Saber burlarnos de la realidad. Conocerla, aceptarla objetivamente, responder a sus desafíos pero ser capaces de “vacilarla” de tal manera que vivir no se vuelva una peso insoportable.
- Saber parar. Todo terminaba con la muerte de “Joselito” y el inicio de la Cuaresma. Siempre me hizo entender que los límites son necesarios para asumir nuestra condición. Es tener claro que no somos infinitos.
Por lo pronto, dejemos que las comparsas, los disfraces, las cumbiambas y la alegría que recorre las calles de nuestra ciudad sea una gran experiencia.