
Elección de no tener hijos: la soledad no es sinónimo de abandono
Es inevitable preguntarse qué pasará cuando lleguen los años en los que la fuerza disminuye y la compañía se hace más necesaria.

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Ayer fui a visitar a una pareja de amigos. El esposo está enfermo y estos son los momentos en los que los amigos debemos hacernos sentir. Los pronósticos no son buenos y, en algún momento de la conversación, él me compartió su mayor preocupación: su esposa. Según él, ella quedará sola, ya que, aunque quisieron, no pudieron tener hijos y solo se tienen el uno al otro. Lo escuché con atención y traté de animarlos, pero cuando regresé a casa me quedé muy pensativo.
Alcy y yo, por una decisión personal, elegimos no tener hijos. Y, aunque es una elección que seguimos sosteniendo con convicción, no puedo negar que situaciones como la de mis amigos me llevan a reflexionar. Es inevitable preguntarse qué pasará cuando lleguen los años en los que la fuerza disminuye y la compañía se hace más necesaria. Pensé en la soledad de los padres que envejecen sin el apoyo de hijos y me pregunté qué hacer ante esa realidad. Creo que hay tres cosas fundamentales:
1. Aceptar la realidad. Nada le hace más daño a uno que resistirse a lo que ya no va a cambiar. Amargarse o renegar de lo que pudo ser y no fue es una forma segura de convertir la vida en un infierno. La paz comienza cuando aceptamos con serenidad lo que nos toca vivir.
2. Planear con inteligencia y realismo el futuro. No podemos dejarlo todo al azar. Es importante preguntarnos desde ahora cómo queremos vivir cuando seamos mayores. Hay que construir redes de apoyo, organizar la vida con autonomía y prever qué necesitamos para asegurarnos una vejez digna y tranquila. Somos dueños de nuestra vida y debemos asumir la responsabilidad de gestionarla con sabiduría.
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3. Confiar en que siempre pasa lo mejor. La experiencia espiritual me ha enseñado que la confianza es clave. Confiar en uno mismo, en las personas que han demostrado ser confiables, en la vida y, para quienes tienen fe, en Dios mismo. No vivo con el miedo de que el futuro será lo peor, porque eso solo genera ansiedad y nos llena de emociones destructivas.
Es importante entender que la soledad no es sinónimo de abandono. Existen muchas maneras de construir lazos que nos sostengan en el camino. Amigos, comunidades, proyectos compartidos, espacios de crecimiento y fraternidad pueden ser el mejor refugio en los años de madurez. No se trata solo de quién nos cuida, sino de con quién elegimos compartir la vida.
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