La enfermedad de las personas que amamos es de las experiencias más difíciles que sufrimos los seres humanos; un diagnóstico y el mundo familiar cambia. Los sueños toman tintes de pesadilla, el futuro con su incertidumbre nos asusta mucho. Reconocemos que no podemos controlarlo ni resolverlo todo. El sufrimiento de las personas amadas se nos presenta como el peor de todos, porque nos enfrenta a nuestra propia impotencia.
¿Qué hacer en esos momentos? La respuesta es clara: acompañarlas. No se les puede abandonar a su suerte. La pregunta es: ¿cómo acompañarlas? Desde mi experiencia personal y pastoral propongo cuatro actitudes:
- Estar presente en sus vidas sin ninguna manifestación de lástima. Nada lacera más que esa condescendencia que le hace sentir a las otras personas que ya no se les respeta ni se les considera capaz de salir adelante. Hay que acompañarlas desde el afecto, pero sin inhabilitarlas.
- Comunicar esperanza, pero desde la verdad. No creo que hagan bien esos discursos mágicos que nadie se cree. Por eso, es esencial entender las tendencias de las enfermedades con la esperanza de que siempre existirá la posibilidad de sanación.
- Dar la batalla medica necesaria. Hay que creer en la ciencia y en los científicos, para eso debemos encontrar personas que nos generen confianza, porque sin ella ningún procedimiento es el más efectivo. La relación entre paciente y profesionales de la salud debe crear un ambiente de certidumbre. Ojalá los médicos, a los que admiro y respeto, comprendan la importancia de saber comunicar y tratar a sus pacientes.
- Una experiencia espiritual que llene de paz y fortaleza, para mantenerse en el proceso. En el ministerio vi como la fe de las personas era la principal herramienta para sanarse. Es necesario evitar manifestaciones espirituales que enfaticen la culpa y expliquen el dolor desde los errores humanos.
En el fondo acompañar es amar , con palabras y silencio, con acciones y omisiones, con abrazos y distancia; todo en el momento indicado.