Una de las ideas estoicas que más me gusta meditar y reflexionar es: no podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor (los acontecimientos externos, las opiniones de los demás o los resultados); lo que sí podemos controlar es lo que ocurre dentro de nosotros, lo que hacemos (nuestros juicios, deseos, hábitos y acciones).
Esto lo menciono a propósito de la situación actual con el agua en Bogotá. El énfasis debe estar en nuestros hábitos, que están bajo nuestro control, y no en si llueve o no, algo que está completamente fuera de nuestro alcance. Por eso es necesario adquirir y desarrollar hábitos que nos permitan consumir solo el agua necesaria, evitando malgastarla.
Para lograrlo, creo que es importante tener claras cuatro actitudes fundamentales:
1. Consciencia de la utilidad del hábito. Al evidenciar los beneficios de un hábito, tendremos la motivación para adoptarlo. No aprendemos nada que no creamos que nos ayudará a estar mejor.
2. Una señal de inicio: Es necesario encontrar una ayuda visual, auditiva, que nos ayude a comprender que es el momento de iniciar esa acción que queremos sea un hábito.
3. Repetición constante. Debemos ser disciplinados y comprometidos con aquello que creemos que nos trae beneficios. Es clave convertirlo en una rutina consciente hasta que se vuelva parte natural de nuestra forma de actuar.
4. Evaluar y mejorar los procesos. Se trata de adquirir la mejor rutina posible, ajustando y mejorando según sea necesario.
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El racionamiento de agua no debe verse como una imposición, sino como una decisión libre y consciente a favor de nuestra propia vida. Si no buscamos que estas acciones se conviertan en hábitos —como bañarnos en el menor tiempo posible, no desperdiciar agua al lavarnos los dientes o al esperar que se caliente—, estaremos dejando de lado lo que sí podemos controlar. Lo que está en juego es nuestra propia comodidad. Por eso tenemos que trabajar en lograr que se vuelvan hábitos.
Ten presente que los hábitos son patrones de comportamiento que se desarrollan con la repetición. Son como autopistas en nuestro cerebro: una vez establecidas, seguimos el camino sin pensarlo mucho.
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