La palabra clave para definir la estrategia diplomática y de paz del presidente Gustavo Petro es pragmatismo. Los dos asuntos terminan entrelazados por cuenta de la inminente reanudación de las negociaciones de paz con el ELN, en las que Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, jugará un papel clave como garante.
Se trata de una jugada audaz, porque si bien es cierto que el impulso de Venezuela puede dinamizar las conversaciones con los “elenos”, como ocurrió con el fallecido Hugo Chávez en el proceso con las Farc, el telón de fondo es distinto por varias cosas:
Uno, porque hay suficientes pruebas del refugio que durante muchos años le han entregado las autoridades venezolanas al ELN, no solamente dándole refugio a sanguinarios cabecillas como “Pablito” y “Antonio García”, sino que ha sido la retaguardia en la que esa guerrilla se ha fortalecido por medio del negocio del narcotráfico y de la minería criminal.
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Por otro lado, el pragmatismo de Petro para reanudar con bombos y platillos su relación con Venezuela, pareciera olvidar todo el historial de violaciones a los derechos humanos, principalmente a los opositores, en los que han incurrido desde el régimen de Nicolás Maduro, al punto de llevar a Venezuela a ser el único país del hemisferio occidental en el que hay sede de la Corte Penal Internacional tras abrir un caso formal por las graves denuncias recibidas.
Anoche el presidente Gustavo Petro dijo que les pidió a Venezuela y a Nicaragua que regresen a la órbita del sistema interamericano de Derechos Humanos, lo que permite ver que la diplomacia colombiana pretende ejercer liderazgo para que gobierno de izquierda, afines posiblemente en materia ideológica, vuelvan al foro de la OEA y a sus tribunales de justicia.
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Los resultados finales nos dirán si la actuación práctica del presidente Petro frente a Venezuela y Nicaragua y en la manera de reanudar los diálogos con el ELN, va en la dirección correcta o si termina siendo un error.