Charlie Hebdó lo ha hecho de nuevo. Ha armado un lío, esta vez, con implicaciones diplomáticas que parecieran ser muy serias, entre Turquía y Francia. La revista ha publicado una caricatura en la que el presidente Erdogan aparece en ropa interior, cerveza en mano, levantando el tradicional hábito islámico de una mujer mientras que expresa “oh, el profeta”. Mientras Turquía ha amenazado con medidas diplomáticas, el gobierno de Macron ha minimizado el hecho y ha asegurado que es necesario proteger siempre la libertad de expresión.
La caricatura, usada como crítica política, como sátira de la realidad es una valiosa herramienta de denuncia, que por medio de la exageración despierta la atención del público sobre realidades que deben ser tenidas en cuenta: un comportamiento criminal, actos de corrupción, autoritarismos, y demás síntomas de un poder que ha deformado su función social causando un daño colectivo y no un bien común.
Pero la caricatura también ha sido un arma de marginación y xenofobia, cuando se ha usado para ofender las culturas y tradiciones de los pueblos. No hace mucho los nazis inundaban su llamado “espacio vital” con caricaturas en las que los judíos eran presentados de un modo denigrante.
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¿Cómo establecer la diferencia entre una y otra cosa? ¿Cómo reconocer cuando el dibujante ha cruzado la línea de la expresión democrática y ha publicado una peligrosa invitación a la exclusión o la discriminación? ¿Basta con confiar en la autocrítica de estos artistas o se requieren ciertos códigos de ética como los hay en el periodismo? ¿No podríamos enfrentarnos a cierto fundamentalismo que convierta en absoluta la libre expresión, mientras se ponen en riesgo imperativos para la convivencia como el respeto, la dignidad o la honra de los otros?
No es una discusión fácil porque abrir la puerta a la censura indiscriminada es tan peligroso como innecesario, pero eso no significa que el tema esté cerrado, y mucho menos para los medios de comunicación y sus audiencias. Necesitamos pensar estas cosas si queremos construir un escenario de convivencia en medio de la diferencia.
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No creo que podamos ir por la vida diciendo todo lo que se nos ocurre, menos cuando a algunos todo el día se les ocurren críticas nocivas o burlas a todo lo que ven y lo que escuchan, y mucho menos si tenemos una plataforma que multiplica el impacto de lo que se dice. Cada persona es responsable de los efectos de su libre expresión. Las palabras, gestos, y expresiones en general tienen efectos, y no podemos simplemente imponer a los otros esos efectos, como tampoco podemos llenar el mundo de mordazas.