Con todos los mensajes, discursos que escucho por estos días de líderes políticos
, religiosos, empresariales, creo que es necesario revisar la manera como estamos diciendo las cosas, estar atentos a las palabras y el tono con el que se comunican. No podemos olvidar que las palabras tienen poder: pueden construir puentes o levantar muros
. A veces no se trata de qué decimos, sino de cómo lo decimos.
- Piensa antes de hablar: antes de soltar cualquier palabra, pregúntate: ¿esto va a aportar o a dañar? Si no aporta, mejor cámbialo o cállalo.
- Cambia el “yo” por el “nosotros”: en vez de imponer tú punto, busca construir desde el diálogo. Por ejemplo, en lugar de decir “esto no sirve”, prueba con: “¿cómo podemos mejorar esto juntos?”. Es increíble cómo el cambio de enfoque abre las puertas.
- Usa palabras que sumen: el lenguaje positivo tiene magia. En vez de criticar, ofrece alternativas: “quizás podamos hacer esto diferente” suena mucho mejor que “esto está mal hecho”.
- Habla desde el corazón, no desde la rabia: cuando comunicamos desde la calma y no desde el impulso, todo fluye mejor. Si sientes que las emociones te traicionan, respira, piensa, y luego habla.
- Respeta el tiempo y las emociones del otro:
- Usa el humor para suavizar, no para atacar: el humor es un gran aliado, pero cuidado con el sarcasmo: no construye, rompe. Una sonrisa o una frase ligera como “Esto es un reto, pero seguro lo sacamos adelante” puede cambiar el tono de cualquier conversación.
- Sé claro, pero no tajante: hay que ser sinceros, pero sin que eso implique ser hirientes. Por ejemplo, no digas “Eso no sirve”, mejor: “Creo que podemos enfocarnos en algo que sea más efectivo”. Es lo mismo, pero suena mil veces mejor.
La clave está en hablar desde el respeto y la empatía, porque las palabras no solo comunican ideas, también revelan el corazón de quien las dice. "¡No lo olviden! Las palabras correctas, dichas de la manera adecuada, tienen el poder de transformar relaciones, ambientes de trabajo, y hasta el mundo".