Siempre he creído que la separación de una pareja debe prepararse con tanto cuidado y dedicación como se preparó la boda que los unió. Lástima que en las rupturas influyan más las emociones que las razones, lo que muchas veces hace que las personas se transformen y actúen como nadie lo esperó.
En mi vida de presbítero activo, fueron muchas las parejas que acompañé en su proceso de separación y una de las frustraciones que me puyaban el corazón era que muchas veces los que sufrían las perores consecuencias eran los hijos. Algunos terminaban en medio de la pelea, usados como armas para herir al otro cónyuge; olvidados y apartados de la vida porque un nuevo amor se había llevado toda la atención; heridos por las iras no manejadas de sus papás o simplemente sintiéndose culpables de una situación que los desbordaba y sobre la cual no podían hacer nada.
Por eso, cuando los medios españoles reseñaban el acuerdo al que llegaron Piqué y Shakira por la custodia de sus hijos, y la manera como van a seguir relacionándose con ellos, creí que era una gran oportunidad para que todos los que están en momentos de separación y tienen hijos, entiendan que es la razón y la sensatez la única oportunidad para hacer que esa desagradable experiencia no se lleve como un tsunami emocional a los menores, sino que se les permita construir de la mejor manera posible su proyecto de vida.
Los hijos se crían con amor, cuidado, atención, disciplina y eso no se hace a distancia, ni a través de aparatos, sino con presencia real en sus vidas. Nadie quiere separarse, pero es una posibilidad que nosotros, seres humanos que tendemos a la obsolescencia, podemos vivir, y aún en los momentos emocionales más duros, se requiere equilibrio y armonía para no solucionar problemas con más problemas.
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Siempre hay que tener presente que lo que ha unido es el amor y que ese sentimiento debe honrarse en la vida postseparación con buenas actitudes y acciones. Y que quede claro que no existen exhijos ni exhijas y que se es padre y madre para siempre.