Hace poco dije que los hijos actúan como ven que se comportan sus papás y varias personas me propusieron reflexiones que giraban en torno a que no necesariamente hay una relación bidireccional en esas dos situaciones; y que había otros actores sociales que también incidían en la educación de los hijos. Lo cual es cierto; pero sigo convencido que la influencia mayor, en la formación de los niños, las niñas y los adolescentes la siguen haciendo los padres de familia; sobre todo en los momentos en los que no tienen la intención explicita de formar a sus hijos, es decir, cuando están viviendo desprevenidamente.
Desde aquí me aproximo a la carta de algunos padres de familia del colegio alemán de Medellín, en la que manifiestan su inconformidad por la admisión de las hijas del alcalde suspendido, Daniel Quintero Calle, en esta institución. Esta misiva me parece una expresión del paradigma de discriminación y exclusión desde el cual se ha desarrollado nuestra sociedad y que es la principal causa de violencia que la caracteriza. Hay un tono de superioridad moral y de clasismo que es intolerable. Nadie tiene más dignidad que nadie y a los niños y niñas no se les puede negar el derecho a la educación bajo ningún argumento, ni ellos son los responsables de las decisiones y actuaciones de sus padres.
Les propongo que cada uno revise la manera como está viviendo y construyendo sus relaciones, porque los hijos no van a ser incluyentes si lo que reciben de sus maestros de vida, en el hogar, son ejemplos de exclusión, no van a aprender a respetar y construir en la diferencia si lo que encuentran en casa es un desprecio por lo que tienen ideas distintas, no van a reconocer el amor como el principio básico de la vida si lo que encuentran en los más cercanos son manifestaciones de odios.
Hay que aprovechar esta situación para que todos nos cuestionemos qué ejemplo le estamos dando a nuestros hijos e hijas y qué sociedad estamos construyendo. No somos jueces de nadie y cada uno tendrá que revisar con su conciencia cuales son los valores que lo impulsan, que a veces son contrarios a aquellos de los que se ufanan en público.