
Desde niño hablo mucho. Me es fácil tener palabras en la boca para tratar de comunicar lo que estoy sintiendo y viviendo. Eso me hace decir a veces lo que no es prudente o simplemente no tiene el efecto que esperaba; por eso, en la medida en que voy volviéndome mayor, he tratado de aprender a ser silencio, a entender que no todo espacio tiene que ser llenado por sonidos. Estoy seguro de que en estos días, a nosotros, en nuestra sociedad, nos hace falta aprender a hacer silencio . Creo que diríamos menos frases vacías, dañinas, ofensivas.
Pero hacer silencio no es solo callar: es un acto consciente de escucha, de respeto y de reflexión. No se trata de renunciar a la voz, sino de usarla mejor.
Desde mi experiencia hay tres beneficios de hacer silencio:
- Nos ayuda a escuchar de verdad: muchas veces, mientras alguien habla, en lugar de escuchar estamos pensando en lo que vamos a responder. Pero cuando hacemos silencio, aprendemos a escuchar con atención y empatía. Nos abrimos a comprender al otro en profundidad, sin la necesidad inmediata de reaccionar. Esto fortalece nuestras relaciones y nos permite conectar de manera más auténtica.
- Nos permite reflexionar antes de hablar: el silencio nos da la oportunidad de procesar lo que sentimos y pensamos antes de expresarlo. Así evitamos palabras impulsivas que pueden herir , confundir o perder su verdadero propósito. Decir menos, pero con más sentido, es una habilidad que nos hace más sabios y prudentes.
- Nos da paz interior: en un mundo ruidoso, donde hay voces y opiniones en todas partes, el silencio es un refugio . Nos permite mirar hacia dentro, encontrar claridad y recargar energías. El silencio bien aprovechado no es vacío, es plenitud, nos ayuda a calmar la mente y a tomar mejores decisiones.
Te invito a valorar el poder del silencio. Tal vez no siempre sea necesario decir algo, pero siempre es importante escuchar, pensar y sentir en profundidad. Ahí, en el silencio, puede estar la clave para comunicarnos mejor y vivir con más sabiduría.