De las experiencias más extrañas que he vivido en mi trabajo como orientador espiritual y docente, es evidenciar que a los seres humanos les cuesta mucho pedir ayuda cuando están viviendo problemas emocionales y físicos serios. Creo que la razón fundamental está en reconocer su vulnerabilidad y su incapacidad de resolver solos la situación.
Extrañamente muchas veces buscan ayuda donde no van a encontrar la más adecuada o idónea. Porque resulta que el problema no sólo está en saber que se necesita el apoyo, sino a la vez en entender cuál es el tipo de respaldo que hace falta. La ayuda que se requiere siempre es una certera, es decir, de alguien que esté preparado científica y humanamente para ayudar.
Muchas veces me encontré con gente que, estando enferma, le temía a ir al médico porque no querían que su enfermedad fuera motivo de lástima, sin darse cuenta de que no hay nada de malo en eso, y arriesgando la salud sin necesidad. Otras veces, me topaba con casos de personas que no eran capaces de pedir ayuda en medio de una adicción, porque no querían que los vieran débiles frente a nada. Creo que hay que aprender a pedir apoyo. Se requieren por lo menos tres cosas:
Lo primero es asumir la necesidad, no negarla. Muchos prefieren vivir creyendo que no pasa nada, que sus vidas están bien, mientras saben que el problema está a punto de consumirlos. Y resulta que algunas veces se hace muy tarde para tomar la decisión de pedir ayuda. Hay que tener conciencia de que la humanidad es susceptible a vivir situaciones límites.
Pero lo segundo es entender hasta dónde llega la ayuda y hasta donde hay que trabajar para superar el problema. No se puede pretender que, con la ayuda, mágicamente todo vuelva a ser igual. Nos dejamos apoyar, pero no esperamos que el otro haga lo que nos toca a nosotros.
Y tercero, tener una actitud de agradecimiento, sin olvidar a los que pusieron el hombro en el momento de la necesidad. A quien sabe ser agradecido, nunca le faltará una mano.
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