La religiosa compartió el duro relato de su secuestro desde que inició en febrero de 2017, hasta que fue liberada el pasado 9 de octubre. Gloria Cecilia Narváez llegó a Colombia el pasado martes 16 de noviembre, luego de permanecer en cautiverio durante 4 años y 8 meses en el continente africano.
“En el momento del secuestro había 50 bebés en el centro de salud. Ese día estábamos las hermanas de la fraternidad viendo las noticias, precisamente para darnos cuenta de la actualidad que había”, dijo la hermana, quien narró la historia con la voz entrecortada.
En ese momento, según contó Narváez, la puerta del centro de salud, cómo era costumbre, no se aseguraba porque la ambulancia del lugar podía llegar en cualquier momento con una emergencia, por lo que todos tenían que estar listos. Por esa razón, entraron cuatro hombres fuertemente armados con fusiles y algunos machetes en el bolsillo.
“Yo estaba con otra hermana en el estudio, todos estaban cubiertos con turbantes y me preguntaron si yo era Gloria, me pidieron el documento de identidad. Me fui a la pieza y le di lo que me pidió. Cuando le entregue el documento, dijo que su jefe le había mandado a traer una de las hermanas”, contó.
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La religiosa hizo énfasis en que esos hombres, que se identificaron como de Al Qaeda, se iban a llevar una de las jóvenes; sin embargo, con mucha valentía pidió que se la llevaran a ella por el tiempo que llevaba allí, era la de más edad y la responsable de la comunidad.
“Me subieron a una camioneta, me amarraron una especie de bomba en el cuello y me dijeron que me quedara callada. Fuimos saliendo por un lugar donde había sembrados de maíz y nos fuimos metiendo por donde había ramas. En la noche estuve en una moto, me llevaron a un lugar del norte de Malí”, dijo Narváez, a quien se le vio muy afectada contando cómo otro hombre la amarró de un árbol y le puso cadenas en los pies.
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La historia de la hermana Narváez incluye relatos de cómo fue su travesía por varias zonas desérticas de ese país, en las que fue trasladada de un grupo a otro de hombres armados y escoltados.
“Yo pedí explicaciones y por qué no me liberaban, allí me dijeron que lo iban a hacer, pero me llevaron otros hombres árabes. Con ellos nos escondimos en un hueco entre ramas dos días, donde supuestamente llegaría un jefe que efectivamente llegó, les entregó un dinero y me llevaron con otro grupo hacia Nigeria”, agregó.
Los secuestradores de la hermana Narváez se identificaron como hombres del islam, quiénes también tenían en cautiverio a una ciudadana francesa y otra suiza. “En este tiempo cambiaban los jefes cada mes, dependiendo del peligro que corrían, sí veían drones, helicópteros o aviones, nos trasladábamos”.
Cuenta la hermana que durante los cuatro años de secuestro siempre había peligro, persecución y que todas las noches debían caminar por las dunas del desierto largas jornadas, que ella era la encargada de preparar alimentos para sus compañeras.
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“Durante este tiempo llegaban muchos jefes, unos buenos y otros que me pegaban y me maltrataban, me ponían cadenas en los pies siempre con un candado que me impedía caminar. El grupo que estaba del islam ahí siempre decía que yo era un perro de iglesia, siempre callé. En todo momento me mantuve serena, no decía nada y siempre me dirigía con respeto. Con mucha paz si me maltrataban, siempre me tiraban todo, siempre su comportamiento era así conmigo”, agregó.
Durante los cuatro años de secuestro, dice la hermana, siempre había drones que cercaban a “los jefes”, por lo que le pedía mucho a Dios que protegiera a todos, incluyéndolos a ellos, de muertes y enfrentamientos. “Se escuchaban gritos, bombas, no sabía si eran personas que estaban torturando, nunca supe qué pasó con ellos”.
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Sobre su familia, indicó que en todo el tiempo que permaneció secuestrada sólo le dieron una carta que le dejaron responder; allí, dijo que se encontraba bien y con buena salud.
“Varias veces pedí que me liberaran, una de esas veces pedí ayuda a un jefe que me liberara, me subió a una camioneta y nos fuimos con hombres vestidos de camuflado. Nos alejamos de Malí donde me entregó a otro grupo y jefe”, mencionó.
En una de muchas veces que pidió que la liberaran, la hermana contó que un hombre se acercó con un vestido azul y le dio ropa para vestirse, mientras pasaban muchos helicópteros, “yo pensé que me iban a entregar a uno de ellos, pero seguimos escondidos”.
Luego de esto, la subieron a un carro azul, con gente de Malí, la sacaron de la zona desértica en una camioneta, para finalmente llegar a zona una militar.
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“Unos señores me recogieron en un carro hacia la casa del presidente, donde me pude bañar y poner un vestido amarillo. Me dieron comida y me atendió un médico. Allí vi al presidente y un cardenal, el presidente me dijo que habían logrado mi libertad”, indicó le hermana Narváez con la voz quebrantada.
Indicó también que le da siempre gracias a Dios porque salió de ese lugar con buena salud y que solo necesitó tomar mucha agua para regenerar la piel quemada por el sol del desierto.
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Antes de venir a Colombia, enfatizó que le hicieron aplicar dos vacunas (COVID-19). Sobre noticias del mundo en cautiverio, la hermana destacó que no se enteró de nada, ni siquiera de la muerte de su madre, solo que había una enfermedad que estaba “acabando con el mundo”.
Sobre si les guarda o no rencor a los secuestradores, la religiosa indicó que no, ya que es religiosa y lleva una vida de oración.
“No tengo rencor contra ellos, cuando corríamos peligro siempre pedía a Dios para que nos cuidara, no guardo rencor. Siempre buscaba dentro del respeto dialogar o acercarme a pedir mi libertad, a pesar de las diferencias religiosas”, puntualizó.
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