La historia de las bebés trillizas, una madre de hijos ajenos y el líder social que recoge café con campesinos que regresaron a sus tierras luego de ser desplazados por los ‘paras’, todo en la Sierra Nevada de Santa Marta.
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“Lo único que él le dijo a mi mamá fue: “Mercedes, cuida las niñas”, le dijo después “que Dios la bendiga, mamá”, y ahí lo sacaron. Eso fue duro, porque yo no pensé que a ellos los iban a asesinar, a ninguno”.
Así comienza el relato de Ana Mercedes Marín, recordando la noche del 12 y la madrugada del 13 de octubre de 1998 en el corregimiento de La Secreta en Ciénaga, Magdalena.
“Ingresaron en las horas de la noche, llegaron hasta la vivienda de la familia Castillo Legarda y ahí hicieron la primera masacre. En el transcurso de ese par de días asesinaron a 12 personas más, supuestamente con una lista en mano, de lo que ellos mal llaman ‘colaboradores de la guerrilla’. Cosa que es absolutamente falsa”, continuó.
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Y así lo recordó don Silver Polo. Esa trágica fecha en un lugar envuelto de plantaciones de café en una de las zonas más ricas en agricultura de la Sierra Nevada de Santa Marta.
“El único argumento de ellos era tomar las tierras nuestras para cultivar coca”, añadió.
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Aquella madrugada, cuando llegaron los paramilitares para buscar un lugar secreto, que de por sí, el corregimiento La Secreta lleva su nombre porque ¡qué cosa más difícil llegar allá! Se creyeron los dueños de esa tierra de campesinos incrustada en la para muchos, desconocida fértil de la Sierra.
“La Secreta es un sector escondido donde ellos podían esconderse de las autoridades y hacer sus fechorías para ampliar sus cultivos ilícitos”, contó don Silver.
Las trillizas
“Son unas niñas muy hermosas, yo las vi nacer y las crie ahí con mi mamá. Ellas quedaron de tres añitos”.
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Mercedes, de piel clara, delgada, crespa y de ojos pequeños, a sus 14 años se vio en la obligación de ser mamá sin haber parido, hasta ser cuidadora, nona, maestra y hasta el seno de una familia que se había fracturado por culpa de la violencia. Se convirtió en la ama, señora y patrona de un palacio que eran un par de paredes de barro y tejas desvencijadas con una alberca rústica, que fueron el lugar de nacimiento de tres mujeres al mismo tiempo, las trillizas, sus hermanas, que siendo bebés, quedaron a su cargo. Y no solo ellas, los otros niños que vivían ahí.
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“Ellas son unas niñas muy hermosas, yo las vi nacer y todo. Las crie ahí con mi mamá. Ellas quedaron de 3 añitos, me las iban a quitar porque yo era menor de edad. Mi tía se hizo cargo de ellas, pero yo les dije que no las iba a repartir a ninguno, porque de Bogotá fueron la abuela, los padrinos, para que le dieran a cada quien una niñita, yo les dije: si quieren llévense los grandes, ahí hay dos de los más grandecitos, que eran los nietos de la señora. Pero ellos no se quisieron ir y a las niñas no se las iba a dar, porque eran unas niñas que no saben todavía nada, yo no las voy a repartir a ninguna”, recordó lo que pasó en ese momento con sus hermanitas.
A las trillizas se las querían llevar, pero Mercedes no lo permitió, mientras conversamos, intentó conjugar palabras para poder decir que quiso darles a los niños educación, pero esta fue la respuesta.
“Que estudien, ya que yo no pude, que salgan ellos adelante, que digan que la mamá no estudió, pero ellos sí. Yo lo mucho que estudié fueron por ahí dos meses. Yo vine a aprender a leer fue como en 2002 con la ‘seño’ Stella, que me enseñó. Me daba los libros y yo iba cada 8 días y así fue que medio aprendí, ahorita por ahí leyendo papeles y lo que no sé todavía es coger dictados rápido, porque hay palabras que me dan duro. Me gusta leer porque dicen que entre más lee uno, más aprende”, relató, entre risas y gusto, mirando un periódico que había en la mesa.
Como soporte, a sus 16 años se enamoró, tenía un compañero, era mamá nuevamente, pero esta vez no inmaculada, sino madre desde su vientre, como dice ella, ya ni sabía cuántos hijos le había dado la vida, pero lo cierto es que se los puso para que los criara.
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Se ríe y dice que tuvo seis hijos “como buen campesino”, suelta una carcajada.
“Tengo seis hijos maravillosos, muy estudiados, dedicados a sus estudios, el último tiene seis añitos: es muy inteligente, ya me lee, ya coge un papel y me lee, me siento contenta porque me dio duro cuando estaba pequeñito. Le dio mucho problema de gripa, neumonía, de todo”, contó.
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En La Secreta, privilegiado espacio de la Sierra Nevada, la violencia tocó a todo lo que pasó por ahí, tiempo después, las familias empezaron a retornar tras ser desplazadas por los paramilitares.
“Bajaba cilantro, bajaba aguacate y la gente decía: “¡Mercedes, viene Mercedes! ¡Parece un hombre!”, pero qué más si le toca a uno ponerse a luchar, si tocaba sacar esas niñas adelante, ya yo llevaba dos hijos más”, contó sobre lo que le decían los vecinos de Ciénaga.
Las secuelas quedaron: el pisar los cultivos desaparecidos, los caminos creados por ellos tenían otra forma, pero esta vez, sus habitantes decidieron quedarse, congregarse para darle una nueva vida.
“Pienso que el campesino debe tener una sola meta: producir la tierra. Producir la tierra ya no como lo hacíamos con nuestras manos, nuestros pulmones, sino estudiando para que la tierra pueda dar mejores frutos”, hizo énfasis don Silver Polo, quien encontró en la tecnología herramientas para producir mejores rendimientos en los quehaceres campesinos.
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En medio de una cancha de fútbol polvorienta se reinventa La Secreta a través de relatos actuales, de lo que produce el trabajo de las manos de mujeres y hombres que allá, escondidos, son cultivos de buenas y grandes acciones, como la apicultura de Mercedes, que todos los días comparte con las abejas y, como proyecto productivo, vive de la miel.
“Son 300 colmenas, 10 apiarios, yo pertenezco en dos, voy con mi esposo y he aprendido demasiado”, explicó Mercedes sobre sus funciones en el proyecto, que es actualmente el sustento de las familias de La Secreta, luego de haberse librado del hambre violenta de los paramilitares que durante años alteraron el orden público en su tierra envuelta con todos los colores de climas que hacen del corregimiento un paraíso agricultor.
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Don Silver Polo, el sostén y el líder de la comunidad, el hombre que hoy, junto al apoyo de la Unidad de Restitución de Tierras, la Embajada de Suecia y la FAO, exporta café de alta calidad y obtiene para su territorio importantes recursos al demostrar que pese a las dificultades que en el pasado le quisieron asesinar la esperanza, se puede renacer en medio de las espesas zonas boscosas de La Secreta, en Ciénaga, Magdalena.
“Hoy soy el gerente de la empresa Agrosec, los resultados se ven a luz propia. No hemos comenzado cosecha. Con los 8 contenedores de hoy, completamos 13 contenedores para esta sin todavía coger un grano. Es un paso muy importante que hemos dado”, se mostró orgulloso luego de haber cerrado recientemente un negocio que saca su café a Asia, esperando mayor prosperidad para sus paisanos, con los que trabaja como un solo equipo.
Hoy, ellos son los protagonistas de un documental que recuerda lo que tuvieron que sufrir para reinventarse y dejar de ser una tierra secreta.
Escuche aquí la crónica, en Noticias de la Mañana:
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