los bogotanos fragmentados entre ricos y pobres se rendían a los dictámenes de la política quebrada.
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Esa ciudad donde las noticias estaban a la mano de lustrabotas, loteros y vendedores de revistas que se convertían en los primeros motores de la opinión popular, y cuya información circulaba a través de ellos, de acuerdo a las amistades que tuvieran dentro de los partidos y que posterior iban compartiendo al finalizar las jornadas de trabajo en los abarrotados trolebuses y en los vagones del tranvía municipal, la ciudad por esos días de abril del 48 se permeaba con pancartas alusivas a lo que fuera un cambio en el país.
Después de aquella Marcha del Silencio del 7 de febrero de 1948, las hordas liberales, cansadas de la forma de gobierno de Ospina Pérez aumentaron sus esfuerzos para congregarse en multitud y acabar con la doctrina conservadora señalada por la injusticia, corrupción y arrodillada a los Estados Unidos.
Gaitán salía como de costumbre de su despacho como abogado en el Edificio Agustín Nieto, ubicado en la carrera séptima con calle 14 en el corazón de Bogotá, a la una de la tarde a almorzar con sus amigos y celebrar el triunfo de un caso que venía manejando, y de afán, su compromiso posterior sería un encuentro con el futuro líder cubano Fidel Castro, quien en su momento tenía 22 años y que por esos días estaba en Colombia junto a una serie de estudiantes de varios países que se congregaban para protestar contra las políticas yanquis, mientras que de forma simultánea se llevaba a cabo la Novena Conferencia Panamericana, cuyo visitante ilustre era el General George Marshall, que se reunía con cancilleres buscando firmar un pacto contra el comunismo y la Unión Soviética.
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Los tres disparos que silenciaron por algunos segundos la tradicional carrera Séptima, se convirtieron en el sonido en el que después del primer grito ¡Mataron a Gaitán! La gente enfurecida dejara todo tirado y se encendiera el centro de la capital para acabar con lo que se apareciera tras la muerte de quien fuera la esperanza del pueblo en ese momento. Mientras rápidamente un taxi frenaba para llevar a Jorge Eliécer a la Clínica Central, un hombre pálido, asustado, quebrado por el miedo, ingresaba a la droguería Granada, que tomaba como el único refugio de lo que fuera su pecado.
Como Juan Roa Sierra, fue identificado el hombre de baja estatura que de inmediato fue atacado por el pueblo enfurecido tras señalarlo como el encargado de soltar el gatillo del revólver Lechuza calibre 32 con el que se habría cometido el magnicidio del “Caudillo liberal”. Bogotá quedó en llamas en contados minutos.
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La historia permite deducir que unas 3000 personas perdieron la vida en una batalla campal que segundos después del asesinato se tomó todas las calles de esa Bogotá de unos 600.000 habitantes y que ese día, como si fuera un común Viernes Santo, frío y con aguaceros, tomaba el tinte oscuro del apocalipsis y el fuego del infierno salía de edificios, locales comerciales y residencias.
Los primeros saqueos se dieron en las ferreterías del centro, donde los furiosos hurtaron herramientas para atacar sin piedad a cualquier lugar en el que pudieran ingresar y que tuviera cualquier visto gobiernista y contrario a la filosofía gaitanista y liberal. Tranvías envueltos en llamas, los intentos de tomarse Palacio, oficiales de Policía y Ejército abrumados y temerosos en la batalla contra la rabia generalizada, la estación del barrio La Perseverancia tomada por la multitud y muertos en cada esquina, son algunas de las imágenes que se contaban a través de la Radiodifusora Nacional que minuto a minuto relataba la fractura más importante de la historia de Colombia señalando como culpable al gobierno conservador.
“Aló, Aló Colombianos en el exterior, a la 1 y 30 minutos del día 9 de abril de 1948, fue asesinado por un policía conservador el Doctor Jorge Eliécer Gaitán, por órdenes del Partido Conservador y del Gobierno Conservador. Cuatro balazos por la espalda le dio el policía conservador mandado por el gobierno conservador, y asesinó a la 1 y 30 minutos al salir de su oficina el doctor Jorge Eliécer Gaitán ubicada en las calles 14 y 15 con carrera séptima”, así se escuchan los relatos de la Radiodifusora, que aún se conservan como documentos históricos invaluables.
Rómulo Guzmán, quien era el vocero del Radio Periódico “Ultimas Noticias”, y a quién se le acusó de ser uno de los mayores impulsores de la toma del poder y de los hechos que sucedieron la tarde de ese viernes instigando a los ciudadanos. “Aló, aló, Policía liberal de Bogotá… Les leemos el siguiente decreto del comando de dirección de Policía Nacional al servicio de la Junta Central Revolucionaria de Gobierno, el Comando ordena a todas las plazas estar listos para tomar su síncope en el momento que se imponga la orden”.
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En cuatro páginas, el diario El Espectador contó la noticia del magnicidio y la ciudad destruida, el lunes 12 de abril, en el escueto periódico de la jornada solo se podía contar lo que había sucedido: El saqueo y la destrucción en Bogotá, redactado por Felipe González Toledo, relataba los hechos del pasado viernes en una página completa, mientras las demás recopilaban fragmentos que rotulaban el suceso como un golpe de sangre y un villano atentado, a lo que destacarían como un crimen abominable, luego de que “El caudillo”, cayera inmolado en los altares del odio sectario.
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Sin determinar con certeza la responsabilidad que se le acuña a Juan Roa Sierra, la intervención del Partido Conservador, la posible injerencia de detractores gobiernistas, entre otras, las especulaciones rondan a través de la historia y años después, cuando el FBI ordena desclasificar documentos, se abre la puerta para los intereses que pudo haber tenido Estados Unidos de acabar con las filosofías comunistas de cualquier manera. La CIA habría tenido que ver con el magnicidio y sería una de las fichas del rompecabezas para esclarecer el fin de la vida de Gaitán.
70 años después, su familia, seguidores gaitanistas, y la Comisión de la Verdad, buscan que se declare el magnicidio como crimen de lesa humanidad, argumentando que existen inexactitudes jurídicas en medio de la investigación, tanto en el manejo de pruebas, como en diagnósticos de psiquiatría forense.
La noche del 9 de abril fue la más oscura en la historia colombiana que le dio paso a interminables conflictos y fue la puerta que se abrió a nuevos grupos subversivos, mientras las escalinatas de la Plaza de Bolívar en Bogotá, vieron el cuerpo desnudo y rostizado de Juan Roa Sierra, mientras un aguacero interminable daba fin a esa jornada que hoy cumple 70 años.
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