Albrecht Weinberg, superviviente de Auschwitz y a punto de cumplir 100 años, ha pasado los últimos ochenta reviviendo cada día el campo de concentración en el que se convirtió en el número 116.927, aunque durante la última década ha encontrado en el relato de su testimonio a escolares alemanes una razón para seguir eludiendo la muerte.
"Todos los días me acuerdo. Todos los días estoy en el campo de concentración", dijo en la antigua escuela judía de la que fue alumno en Leer, una localidad del noroeste de Alemania a la que regresó por un azar del destino tras 60 años en Estados Unidos.
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Frágil y casi ciego, Weinberg se pierde en ocasiones en los recovecos de su memoria y es su cuidadora y amiga Gerda Dänekas la que reconduce su relato.
Un vocabulario en ocasiones rozando lo infantil delata el hábito de hablar en las escuelas, pero al mismo tiempo revela el espíritu de un niño que rechaza un mundo que sigue lleno de "guerra y asesinato", poblado por adultos "peores que animales" e incapaces de convivir.
"¿Dónde estaba Dios?", dijo a EFE sobre los dos años que pasó en Monowitz, uno de los tres campos de concentración de Auschwitz. "Allí no había Dios católico, allí no había Dios protestante, allí no había Dios judío. De lo contrario Auschwitz no habría existido", afirmó.
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No solo fue Auschwitz
Weinberg nació en 1925 en un hogar judío en Rhauderfehn, en las praderas de la Frisia oriental, y recuerda una infancia en la que jugaba con los niños del vecindario, antes de que a su familia le fuera arrebatada la ciudadanía alemana y de verse convertidos en "infrahumanos".
Recuerda también la Noche de los Cristales Rotos en 1938 y cómo algunos vecinos participaron en los linchamientos y otros miraban desde la ventana. Pero, tras haber perdido la carnicería que regentaba el padre, la familia ya no tenía dinero ni recursos para huir del país.
A los 14 años, Weinberg fue trasladado con su hermana Friedel a un campo de trabajos forzados cerca de la frontera polaca; de allí, a otro en las inmediaciones de Berlín y, finalmente, en 1943, a Auschwitz, donde tuvo que trabajar durante dos años en una fábrica de IG-Farben.
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Después vino la retirada ante el avance soviético y la liberación en el campo de Bergen-Belsen por los británicos, que le hallaron más muerto que vivo, entre una pila de cadáveres y con solo 29 kilos de peso.
"Apareció un tanque y yo pensé que por fin iba a acabar mi sufrimiento, porque no nos dejarían libres para que el mundo viera lo que había pasado. Pero eran los ingleses", contó.
Los padres de Weinberg, sus tíos y tías, perecieron en el Holocausto, pero tras diversas vicisitudes logró reunirse con su hermano y su hermana y emigró con esta última a Nueva York, donde abrió una charcutería.
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Recuerdos dolorosos
Los hermanos regresaron a Leer en 2011 buscando tratamiento médico para Friedel, que había sufrido un ictus y, tras su muerte, Albrecht, que ya no tenía nada en Estados Unidos, decidió quedarse.
La casa de su familia en Leer nunca fue restituida y, por no tener, Weinberg no tenía ni siquiera la nacionalidad alemana de la que fue despojado y que solicitó de nuevo hace unos años. Pese al apoyo que encontró en Dänekas, se sentía sin "soporte" en la vida y, durante un tiempo, apenas salía de su habitación en la residencia de ancianos.
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"Cuando veía a un hombre de mi edad me imaginaba: ¿Qué fuiste? ¿fuiste de las SS o fuiste un auxiliar en el campo de concentración? No podía mirarles", rememoró.
En retazos, Weinberg admite que pensó a veces en el suicidio, pero una visita a Auschwitz en 2011 y la experiencia de hablar en las escuelas, tras ochenta años de silencio, le hicieron cambiar de idea.
Para él, es crucial que los testigos originales cuenten a las nuevas generaciones lo que hicieron sus antepasados.
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"Cuando ya no estemos en el mundo, solo se podrá leer en los libros y no es lo mismo. Pero si voy a escuelas, y ante mí hay 50, 60 jóvenes, ven que soy una persona viva", explicó.
Weinberg nunca se interesó por la política y acusa a todos los partidos de ser "lo mismo", pero aún así advierte frente al auge de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).
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"Les cuento (a los alumnos) que no deben ser tímidos si la AfD está llena de odio y hace propaganda. Deben tener cuidado de que no vuelva a suceder. Hay que sentarse a la mesa y resolver hablando las dificultades, pero no ponerse a asesinar", remachó.