Tres años después de que China anunciase su primera muerte por COVID, persisten las dudas sobre si Pekín está compartiendo datos reales sobre el alcance de la actual ola de contagios que atraviesa el país tras su decisión de gestionar la epidemia de manera más laxa.
Hace ahora tres años, el 11 de enero de 2020, China informaba de la muerte de un hombre de 61 años que frecuentaba el mercado de la ciudad de Wuhan (centro) en el que se comenzó a transmitir el patógeno.
Y no fue hasta diez días después cuando Pekín reconoció por primera vez que la entonces conocida como "neumonía de Wuhan" podía transmitirse entre humanos, el mismo día en que el presidente chino, Xi Jinping, exigía "determinación" para contener la COVID.
Unas 48 horas después, las autoridades de Wuhan decretaban un confinamiento que duró más de tres meses, con la intención de aplacar un virus que ya comenzaba a propagarse por el resto del mundo.
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Así, China pasaba en apenas unas semanas de minimizar el impacto de la enfermedad a apostar por una férrea política para evitarla, el "cero COVID", que supuso echar el cerrojo a sus fronteras para evitar la "importación" de casos desde el extranjero.
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Durante gran parte de 2020 y 2021, en los que el PIB del país creció un 2,2 % y un 8,1 %, la estrategia vivió su auge mientras el virus causaba miles de muertos en todo el mundo y China limitaba al mínimo los fallecimientos, al menos según las cifras oficiales.
Los esporádicos rebrotes eran aplastados con confinamientos y campañas masivas de PCR, aunque la llegada de la variante ómicron marcó un antes y un después: la primavera de 2022 atestiguó repuntes en ciudades como Shanghái, que recurrió a una estricta cuarentena de meses que dejó problemas en el acceso a víveres y atención médica, suicidios, la separación de bebés de sus padres e incluso matanzas de mascotas, provocando una creciente indignación.
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