En la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates, dos superyates simbolizan los delirios de grandeza de Sadam Hussein, el presidente de Irak derrocado hace veinte años por una invasión de Estados Unidos.
Anclado en un muelle cercano, el Basrah Breeze -equipado con piscinas y en algún momento un lanzador de misiles- está parcialmente abierto al público.
Para sorpresa de muchos visitantes, Sadam nunca navegó en el Basrah Breeze, de 82 metros de eslora, que fue una extravagancia más del dictador iraquí.
La suite presidencial del yate está decorada en tonos dorados y crema, una cama gigante con dosel y lujosos sillones del siglo XVIII, y sus grandes baños tienen grifos dorados.
Con capacidad para 30 pasajeros y 35 tripulantes, el Basrah Breeze, entregado en 1981, tiene 13 habitaciones, tres salas y un helipuerto.
Quizás lo más impresionante es el corredor secreto que conducía a un submarino, una puerta de escape ante amenazas inminentes, como se indica en el panel informativo del yate.
Las autoridades iraquíes reclamaron la propiedad del Basrah Breeze, que una empresa registrada en las Islas Caimán intentaba vender por casi 35 millones de dólares.
Tras recuperar el barco, el gobierno iraquí intentó venderlo sin éxito y al final, en 2009, decidió anclarlo en Basora.
En un país golpeado por décadas de guerra, las autoridades lanzaron una campaña para remover los restos de barcos pequeños varados en Shatt al-Arab.
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