
En 1966, Iwao Hakamada era un exboxeador que trabajaba en una fábrica de miso. Su vida dio un giro trágico cuando fue acusado de asesinar a su jefe, su esposa y sus dos hijos en un crimen que conmocionó a Japón . Aunque siempre declaró su inocencia, una confesión forzada bajo tortura lo llevó al corredor de la muerte, donde pasó casi 48 años, convirtiéndose en el preso condenado a la pena capital que más tiempo esperó su ejecución, según el Libro Guinness de los Récords.
El caso comenzó el 18 de agosto de 1966, cuando los cuerpos de la familia fueron hallados apuñalados y calcinados en su casa en Shizuoka. La policía acusó a Hakamada de robar 200.000 yenes (unos 17.000 dólares de la época) y luego cometer los asesinatos.
Aunque inicialmente negó su participación, después de 20 días de interrogatorios brutales, confesó. Sin embargo, más tarde denunció que lo habían golpeado y presionado para declararse culpable, sin acceso a un abogado.
En 1968, un tribunal lo sentenció a muerte basándose en prendas manchadas de sangre encontradas en un tanque de miso, supuestamente vinculadas al crimen. A pesar de las irregularidades, la Corte Suprema confirmó la sentencia en 1970.

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Casi medio siglo esperando la ejecución
Hakamada pasó 48 años en el corredor de la muerte, en condiciones inhumanas, sin saber cuándo sería ejecutado. Mientras tanto, su hermana Hideko (ahora de 92 años) y organizaciones de derechos humanos lucharon incansablemente por revisar su caso.
En 2014, tras nuevas pruebas de ADN que demostraron que la sangre en la ropa no era suya, un tribunal lo liberó. Pero no fue hasta septiembre de 2024 que, en un segundo juicio, fue declarado inocente y absuelto definitivamente.
El 24 de marzo de 2024, el Estado japonés le otorgó 1,4 millones de dólares (85 dólares por cada día en prisión), la compensación más alta en un caso así. Sin embargo, su abogado, Hideyo Ogawa, afirmó que "nada repara el daño psicológico y los años perdidos".
Hoy, con 89 años, Hakamada vive con las secuelas de casi cinco décadas de encierro. Su hermana Hideko, emocionada tras la absolución, dijo a Amnistía Internacional: "Cuando escuché 'no culpable', lloré sin parar. Fueron años de lucha, pero al fin hay justicia".