Una placa desnuda, sin flores y con una enigmática inscripción oculta los restos de un dictador. En un cementerio a las afueras de Buenos Aires, bajo una lápida que reza "Ababo Yalan", yace el militar argentino Jorge Rafael Videla, en una ubicación que incluso su viuda, Alicia Hartridge, dice desconocer.
El máximo jefe del terrorismo de Estado ejecutado por la última dictadura (1976-1983) descansa en una paradójica situación: casi desaparecido, bajo una placa anónima, descuidada, irreconocible para cualquier extraño que merodee por el cementerio Memorial, en la localidad bonaerense de Pilar, a 50 kilómetros de la capital argentina.
Un funcionario de la cárcel de Marcos Paz halló muerto al dictador el 17 de mayo de 2013, en el baño de su celda. Su familia quiso enterrarlo en un panteón privado, en Mercedes, la localidad natal de Videla, pero las protestas de vecinos y activistas impidieron que el sepelio tuviera lugar en ese cementerio.
"En Mercedes se opusieron y no permitieron que llegara al cementerio. La familia se lo tuvo que llevar y anduvo deambulando", recuerda Taty Almeida, integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, organización que a día de hoy sigue luchando por la memoria de los hijos desaparecidos por la dictadura.
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fue un entierro íntimo de la familia. Fue muy complicado, porque hay una cuestión de venganza contra los militares".
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En 2015, el periodista del Clarín Enrique de la Hoz desveló en una crónica la ubicación exacta de los restos de Videla, en la parcela T1.15.68, en una lápida con la inscripción "Familia Olmos".
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Según De la Hoz, el terreno era propiedad de Florencio Olmos, quien fue amigo del dictador y mantenía lazos con su familia: el día de la muerte de Videla, él y su mujer publicaron una esquela de condolencias en el diario La Nación.
Fuentes del cementerio confirmaron a Efe que tanto Jorge Rafael Videla como su hijo Alejandro Eugenio yacen en esa ubicación, pero explicaron que la propiedad está, desde abril de 2016, a nombre de su viuda.
El Memorial es un parque amplio, cuidado con una pulcritud extrema y con una política precisa en torno a las lápidas: todas las tumbas son placas rectangulares de granito recostadas sobre el suelo, en las que está prohibido grabar epitafios. La mayoría tiene marcada una cruz en el lado izquierdo, un "Q.E.P.D." en la parte superior y el nombre de los fallecidos en el centro.
El protocolo se cumple también en el sector T1, en la tumba identificada con el código T1.15.68, pero en la piedra, cuyos bordes oculta la hierba, ya no aparece "Familia Olmos", sino un nombre críptico, escrito en mayúsculas y con una línea para cada palabra: ABABO YALAN.
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Al otro lado del teléfono se oye la voz temblorosa de Hartridge (91), quien ya no acude al cementerio a rezar a su marido: "Sé que está en Pilar, pero no sé dónde, hubo un problema con un diario y mis hijos cambiaron la tumba. Son de la idea de que ya no se usa tanto ir al cementerio. Yo voy a misa, rezo por él todas las noches, eso es lo principal".
Así explica a Efe la viuda de Videla la escasez de información respecto al paradero de los restos de su marido.
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Admite que no le importa desconocer el lugar exacto en el que yace su marido: "No me importa, porque si vas allí lo único que vas a poder ver es un poco de pasto (césped). Yo no veo nada. Nosotros teníamos una bóveda y no lo pudimos poner allí. Yo estaba acostumbrada a eso. A esto no estoy acostumbrada".
Hartridge dice que no sabe el significado de la inscripción, un secreto que al parecer sólo guardan sus hijos, quienes, insiste, le contaron que habían cambiado la tumba de lugar y acordaron no darle las coordenadas exactas.
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Sin embargo, el sistema de datos del Memorial contradice la mudanza: el dictador permanece en la parcela T1.15.68 del cementerio desde su inhumación, el 23 de mayo de 2013.
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El ostracismo en el que yace Videla es extraño: a excepción de Hitler, casi todos los grandes dictadores cuentan al menos con una lápida con su nombre, y otros como Mao Zedong en China, Iósif Stalin en Rusia o Francisco Franco en España descansan en mausoleos o grandes templos abiertos al público.
"Tiene que ver con que la Justicia en Argentina se pronunció y pudo encarcelarlos, juzgarlos ejemplarmente, darles un juicio con todo derecho, como ellos no le dieron a nadie. Hubo un repudio general de la sociedad argentina", considera el historiador Felipe Pigna.
"Me parece que es una justicia histórica que el tipo termine 'N.N.' (ningún nombre) y nadie pueda ni llevar una flor. (...) Sobre todo una persona que usó el método de arrojar a la gente al mar para que ni siquiera sus familias tengan sus cuerpos", comenta.
Para Almeida, el olvido del dictador se debe sobre todo a la lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo: "Somos el único país del mundo en el que un grupo de mujeres salió a pelear por sus cachorros como leonas. Hemos sido pioneros en la defensa de los derechos humanos".
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